Domingo
22.02.15 Lecce. Noche de mucho calor. Al menos yo. El B&B tiene
la calefacción apagada pero es cálido, al punto en que tras la
ducha puedo andar por allí llevando la camiseta. La colcha de la cama
me hace sudar en exceso y despierto durante la noche empapado de
sudor.
Desayunamos
antes de salir y Marga marcha a la estación a comprar su billete.
Más tarde tomaremos un café en donde nos despediremos. Ella lo
prefiere así y no quiere que le acompañe a la estación.
El
día ya amaneció con lluvia, en ocasiones esta arrecia y se hace de
cierta intensidad, con rachas de viento que llega frío. El espejismo
de primavera desaparece con la misma rapidez con la que Marga se va y
me veo por las calles de Lecce de nuevo solo y frente a mi realidad.
Curiosamente vivo el día como si fuera irreal. Ciertos
acontecimientos acusarán aun más mi sensación.
Visito
la catedral, donde me sellan la credencial y de paso pregunto si
saben donde puedo encontrar hospitalidad, me dice el secretario que
regreses pasadas las cuatro que el párroco me encontrará algo, y así es, hace una llamada, me escribe una carta de presentación y me envía a un lugar cercano donde un keniata llamado Neto me ofrece
alojamiento, ducha y una inmensa sonrisa. A cambio me toca hablar de fútbol. Es del Barça y hablamos también de Barcelona donde ha pasado
un par de años viviendo.
Pero
antes de eso el día me ofrecerá alguna sorpresa. Al salir de la
catedral por la mañana, piso, con la bici, un billete de 20 euros en
un callejón vacío. No hay nadie y son míos. Con ellos en mi cartera
voy vagando por una desierta ciudad visitando los puntos de interés bajo la intensa lluvia de esas horas y termino frente a una cafetería. Tengo necesidad de usar el aseo y calentarme, si es
posible de hablar con alguien, necesito trato humano. La camarera que
hay allí no esta para conversaciones o eso me parece, de hecho no
llegaremos a hablar apenas lo justo para que atienda mi pedido y poco
más. Es una chica joven, pequeña y delgada con el rostro que parece
enfadado. No es la primera vez que me invitan al café, pero esta vez
me sorprende, tal vez por la falta de dialogo previo y por su ceño,
pero el tema no termina ahí. Apenas he encendido un cigarrillo en la
puerta cuando ella aparece tras de mi con un envase de plástico
lleno de macarrones, un tenedor también de plástico y una
servilleta. Como única explicación me dice: hice muchos y no me los
voy a comer todos.
Terminamos
comiendo juntos, separados por el cristal de la cafetería, ella
dentro y yo en el exterior, mirándonos sin decir nada, de fondo la
voz de Nina Simone, un álbum que tuve en una ocasión, hace miles de
años o eso me parece, que me gusta especialmente y que me llenará
de recuerdos de otros tiempos que quedan muy atrás y que sin dolor
voy repasando.
La
tarde, hasta las 4:30, la paso con un turista japones que usa un
ingles que hace el mio bueno. Tras acomodarme en el que será mi
alojamiento esta noche, paso lo que resta de la tarde viendo resúmenes deportivos por gentileza de Al Jazeera, especial dedicación
al mundial de cricket, con un camarero albanés en paro, un mecánico
de bicicletas iraní que sueña con montar un taller por estas
tierras y otras gentes con las que no llego a entablar conversación.
Cuando empiezo a sentir apetito aparece Neto cargado de bocadillos
vegetales con atún y nos alegra la noche. No logro entender las
normas del cricket, ni falta que me hace. A estas horas, Marga, ya
estará en su casa de Roma, donde le espera un sobrino que le va a
visitar. Y lluvia. Que también en Roma llueve ahora.