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lunes, 18 de mayo de 2015

Sábado 16.05.15. No se donde leí que los búlgaros están entre los pueblos más depresivos del planeta y encabezan el rankin de los europeos. Bregovo, la población por la que salgo del país a buen seguro que es toda ella un monumento viviente ( o moribundo) de dicha patología. Es sábado, hay mercado, si se le puede llamar así a los tres mustios puestos que veo, no quiero imaginarme la población en las largas y oscuras tardes de invierno.

El día, con todo, es de plomo, pesado y gris. Empleo un rato en deshacerme de la moneda local, la menuda de metal que da problemas de cambiar por otra en los bancos. Un café con leche, un brazo de gitano industrial, sabor limón, botella de agua y dos cajetillas de tabaco marca Melnik para emplear unos 5 € y derecho a la frontera que se encuentra al final de una de las calles. Dejo atrás la plaza con alguna escultura y presidida por una con placa donde luce hoz y martillo. No logro descifrar que dice.

El trámite de aduana es rápido. La funcionaria serbia mira el contenido de dos bolsillos de las alforjas y mete su nariz dentro del tarro de descafeinado. Como a dos kilómetros me cruzo con Kjetil, un trotamundos noruego de viaje desde Alemania a Estambul. Foto.
Me gustan esos retrovisores.


Ahora es normal cruzarme con alguno cada día, esta es la Ruta 6, de Eurovelo, de las más frecuentadas del continente, y las fechas ya avanzadas.

Imposible cambiar moneda en el primer pueblo. La siguiente población, Negotin, tiene tres bancos, están abiertos y he ganado una hora con el cambio horario. El problema será que no aceptan moneda búlgara y es en ella en la que cobre mi pensión cuando pasé por Burgas. Llevo encima 50 €, de Marga, de cuando le cambie algo de euros por mi moneda rumana, y con eso me estoy salvando. Salvando si no gasto más de ese dinero en los próximos días. En Serbia cambian euros, dolares y cuando les interesa, hoy no, francos suizos y libras esterlinas. Mal asunto no cambiar moneda de tus propios vecinos. Por mi parte toca apretarme el cinturón.

La Ruta 6 no está ejecutada a su paso por Rumania, realmente las primeras señales aparecen pasado Vidin y pronto veo las indicaciones que he de seguir. Ofrece alguna comodidad, al ciclista, planos en carteles, señales en cada cruce, áreas de descanso adecuadas para un picnic, alojamientos que voy viendo aún cerrados. Cuando el camino va separado de la carretera tienes la tranquilidad de no encontrar excesivo transito de vehículos. Eso, si un sábado, no les da por montar una concentración de propietarios de Alfa Romeo, que con la coartada del idiota, que no es otra que camuflarse entre más idiotas, se creen con derecho de circular como cretinos poniendo en peligro a los que por allí pasamos. Un derrape en el que logra detener el coche a un escaso medio metro de mi persona.

El recorrido va buscando el camino más próximo al río posible, lo que supone que he de añadir kilómetros a montones. El tramo desde Negotin a Donji Milanovac que es de algo menos de 60 kilómetros, usando la Vía se convierte en unos 146. A cambio de esto recibo hermosas vistas, caminos menos frecuentados y escasas cuestas. No es mal negocio.

En Mihajovac me informan que la Vía esta cortada durante no menos de 7 kilómetros a causa de corrimientos de tierra. Me tomo mi tiempo para decidir que alternativa uso y mientras vamos conversando en que camino que une el pueblo nuevo del viejo. Me va contando Joko, que así se le llaman como diminutivo de Jokovich me dice, que el pueblo viejo tiene problemas con las crecidas cuando abren la presa que hay más arriba, en una central eléctrica. Cuando me ofrece dormir en su casa tardo en aceptar, me gusta poco entrar en casas ajenas, otra cosa es montar la tienda o usar algún tejado en el exterior. Insiste hasta hacerme aceptar.

La tarde la pasaremos en casa de unos amigos suyos, Franz y su esposa. Ella es del pueblo, el fisioterapeuta vienes, ambos disfrutan de unos días de vacaciones y usan una casa que tienen alquilada en el pueblo. Me molesta el modo en que Franz trata a su esposa, como si fuera un cachorro de perro, le da ordenes señalando con el dedo mientras la mira con insistencia. Espantoso. Joko nació en Valaquia, la parte de Rumania que conozco, de padres serbios, creció en Alemania y su amistad les permite que Franz tenga con quien hablar en alemán en el pueblo y compartir afición, beben. Mucho.

Termina la noche y Joko esta borracho, como Franz, pero es con Joko con quien he de ir y me gusta muy poco. Se pone muy pesado en su casa insistiendo con muestras de hospitalidad mal entendidas y he de ponerme muy serio con el. Dudo si marcharme a pesar de que por las horas que son tengo complicado cualquier alternativa. Me retiro finalmente a dormir y el, en el patio, sigue bebiendo, escucha música y habla en voz elevada, con nadie. Me preocupa que pueda ser violento. Noche surrealista que doy por terminada con la primera luz del día en que abro la puerta y salgo aliviado, dejando a Joko en un sueño etílico. Tomo nota de la experiencia con la confianza de haber aprendido la lección.


Viernes 15.05.15. Inovo. Pavitos, patitos y leche agria. Salgo a rodar con la intención de cubrir los 72 kilómetros que me separan de la frontera, finalmente serán alguno más, lo antes posible, no quiero entrar en Serbia con la tarde muy pasada.

Con el cielo cubierto y alguna llovizna el día no es malo para apretar, sin calores de los días pasados. Si se nota no obstante la humedad, el Danubio lo tengo a mi izquierda y algunas zonas son inundadas.

Pueblos como los que vi los dos últimos días, gente amable y niños, muchos niños que siempre saludan y esperan mi palmada junto a la carretera. En la puerta de cada casa una mama pava o mama pata, atada con un cordel y rodeada de su prole.

Los precios de por aquí poco tienen que ver con los de Bucarest, con sueldos medios de 300 € pocas alegrías se pueden dar. El café del desayuno me sale por 20 cts, mismo precio que la barra de pan, la cerveza de anoche, de medio litro y en la terraza de un chiringuito, por 60 cts. En un minimarket, no hay otra cosa por los pueblos, hago algo de compra, esta mañana la leche que tenía estaba agria, se termino el poder viajar con algunas cosas y desde ahora he de cuidar lo que compro y mirar que no necesite conservación en frío. El siguiente paso será la aparición de los mosquitos que por el momento aún no hicieron acto de presencia, pero no tardarán.

Volviendo con mi amigo alemán, no se como puede subir un puerto con semejante peso o como se las verá en un día ventoso con el disparate de volumen que viaja. Como ejemplo y solo en agua, porta dos botellas de 2 litros, una de 1,5 y dos más de 1 litro cada una, total siete kilos solo en agua, en una zona donde esta la encuentras donde la precises, sea en fuentes o comprada por un precio de risa. Sobre su rueda delantera lleva más cantidad de cosas que yo sobre toda mi bici y soy de los cargados. Su rueda trasera es un despropósito de bártulos. Para que aún le cueste más moverla, monta un buje dinamo en su eje delantero. Me quejo del peso de mi candado, pues el lleva tres.

Al llegar a Calafat, feliz por la hora, me dirijo al puente, este y la autovía que lo cruza junto a una vía férrea, obra de FCC, mi sorpresa es que no me lleva a Serbia, bueno si lleva, pero pasando por Bulgaria.

Mi falta de planos y que mis apuntes terminan en Vidin hacen urgente que conecte a la red para tranquilizarme con el google maps. Nada preocupante. Mi error fue que confundí, por que está su nombre en cirílico y muy próximo a la frontera con Serbia. Tan solo he de rodar 35 kilómetros por Bulgaria para entrar. Lo dejaré para mañana, en estos últimos cuatro días me he merendado 325 kilómetros, con una media por día muy superior a mis costumbres.

Por cierto, desde ayer y tras dolerme durante la noche anterior, la pierna dejó de molestarme, se fue el dolor como vino, sin que sea capaz de entender el porque. Prefiero tener la ignorancia que el problema.

Estos días, al rodar, donde tendría que estar el arcén pero no lo hay, voy viendo gran cantidad de pequeñas serpientes muertas, no más largas que una lombriz y más delgadas que estas.


Duermo con un saco manta de Thermolite, uso mi saco de plumas como edredón de madrugada, cuando refresca y me he enamorado de esta cama, por su volumen y por que mi catre pesa más de tres kilos.


Jueves 14.05.15 Frente a un lago a 72 kilómetros de Calafat. Desperté con los sonidos de mi compañero germano y de un rebaño de ovejas. Tras desmontar mi tienda la pongo a sacar al sol. A estas horas poco calienta y seca lento. Veo al alemán que la pliega tras una sacudida y pienso en los problemas de moho que me ocasionó hacer lo mismo una vez. Es fácil dejarla para más tarde o cuando la montes de nuevo. Sucede que el día se complica, no sale el sol o llueve intensamente y no la puedes secar. O simplemente que encuentras mejor modo de hacer noche y no la sacas de su funda. El resultado no es bueno. Se debe poner a secar a la primera oportunidad, por lo que pueda suceder.

De cualquier modo veo su recogida y plegado, el tiempo extra que requiere una de esas tiendas tipo geodésicas, con más varillas y pasadas por más sitios. Montar toda la estructura, o desmontarla, con las manos ateridas de frío, enguantadas o no, bajo una fuerte lluvia, supone un extra de tiempo adicional que no termina de convencerme, así como el tener que montarla o desmontarla sin ningún tipo de luz, como ya me sucedió por Francia. Su espacio interior no permitiría montar mi catre que meto en diagonal y al disponer de una sola puerta, la tienda, forzosamente, condensa más.

Horas más tarde. Hoy pregunté varias veces, como acostumbro, por la distancia que me separa a algún punto, hoy fue a la frontera y anoche lo consulté con mi compañero de pernoctación. Según todo ello, la distancia que me tendría que quedar en ese momento no debería ser de más de 30 o a lo sumo 35 kilómetros. Me dispongo a reducirla en unos 10 o 15 más antes de dar el día por terminado y pregunto de nuevo. 100 me dicen. No me lo creo y pregunto de nuevo. 100 me vuelven a decir. Con el alma por los suelos y cansado me lanzo a dejarla en algo menos, lo menos posible y aún ruedo 28 km más antes de detenerme.

Estos días estoy viendo otro tipo de cultivos y de forma de trabajar. A las grandes extensiones el paisaje va dando paso a parcelas más reducidas, pequeñas y trabajadas a mano o con el auxilio de algún animal. Labrar con mula, segar con guadaña. Los campesinos llegan a sus tierras en carros tirados por sus animales, en bicicleta o los que disponen de el, con su Dacia 1310 que no es otra cosa que un antiguo Renault 12 maquillado. Por Turquía los vi en cantidad pero no de Dacia si no los Renault de toda la vida que allí se siguieron fabricaron durante muchos años más.  Todos saludan al pasar, amablemente.

Me crucé por la mañana con una caravana de seis carros de gitanos. Su patria sobre cuatro ruedas y arrastrada por caballos. Niños desnudos juegan y corretean dentro del carro. Muchos saludos.

Con esto de los saludos es imposible cruzar cualquier pequeño pueblo, que distan entre sí de 3 a 6 km normalmente por lo que cruzo una gran cantidad de ellos, sin que los niños y los hay a cualquier hora ya que no son pocos los que no van a la escuela, se pongan en fila junto a la carretera y con su mano derecha extendida esperando que con la mia les de una palmada. Saludan con algún hello, muchos holas y pocos chao.
En el pueblo donde decido detenerme al fin, pregunto por algún lugar para acampar, me mandan a la salida, a un lago. Hay un chiringuito en el, un club de pesca. Hablo con el dueño, Daniel, acentuado en la “a”, quien me dice que acampe donde quiera. Una cerveza y un poco de conversación donde me explica que gran parte de los tres millones de rumanos que emigraron a España son de esa región, que muchos de esos niños nacieron allí y por eso me saludan en español, ya que es su lengua extranjera. El, de niño, estudio ruso, era obligatorio. Su camarero trabajó en Salamanca y un cliente en un pueblo de Valencia, se unen a la conversación. Su mujer, sin éxito, intenta alquilarme una de las cuatro cabañas de que disponen frente al lago. Cuando se marcha a casa, el marido me ofrece dormir en una de ellas a cambio de uno de mis cigarrillos. Aquí no se estila el liarlos y el nunca los ha fumado. Serán dos los que le lie y duermo finalmente en una cómoda cabaña. Veo la puesta de sol en el lago cuando comienza la lluvia.
Miércoles 13.05.15 Turnu-Magurele. Si ayer demoré mi salida por la tienda de bicis y por tener que salir de Bucarest hoy me demoro igualmente, si bien por causas muy distintas.

En mi primer bosquecillo ruano he disfrutado de tranquilidad y no se por que razón, al despertare con el sol, y aquí tan al este sale muy temprano, me he quedado perezosamente en mi catre. A esto le ha seguido el molesto desmontaje de la tienda y el tener que poner de nuevo los bártulos sobre la bici. Cuando duermo bajo un techo no desmonto las alforjas ya que están más seguras sujetas a la propia bici. O eso supongo. El doble techo muy mojado de la humedad nocturna, por dentro y fuera, mucha condensación parte de la cual he intentado secar antes de ponerme a rodar.Por último, si bien ayer y algo menos hoy, las espinas de las ramas y arbustos dieron buena cuenta de i piel, al sacar la bici de la arboleda y por mucha precaución que he puesto, he pinchado. La rueda trasera.

Justo ayer hacia cuentas que si exceptúo la cámara que me pinzaron en Coruña cuando cambié las cubiertas, desde Huelva que no he sufrido ningún pinchazo y eso es rodar por casi media Europa. No esta mal.

Parte médico. Mi pierna derecha hoy me tiene reservada dos noticias. La mala es que comienza a doler desde la primera pedalada. La buena, que ni de lejos como me dolió ayer, lo que resulta esperanzador.

Y por fin comienzo a entablar conversación con los nativos. Tras el pinchazo, al entrar en el primer pueblo y preguntar por una estación de servicio que no hay, un par de hombres que toman café a la puerta de un supermercado, me encuentran una bomba de pie con lo que logro mejor presión que la que le pude poner con mi infladora de mano. Es raro, muy raro, encontrar un bar o cafetería en un pueblo, eso existe en las ciudades. Por los pueblos, aquí como en Bulgaria, lo más normal, es que la tienda del pueblo te venda la cerveza, el refresco o el café y tu lo tomes en la puerta del mismo.

Al llegar a Alexandria o más tarde en las siguientes poblaciones seguiré conversando con gente que me cruzo, me saludan o preguntan. Gente que trabajó en España y conocen el idioma de sus años allí.

A cinco kilómetros de Turnu-Magurele veo un lugar para hacer noche, montar la tienda. No soy el único que lo ha pensado y me encuentro con un cicloturista alemán. Decidimos acampar juntos y de este modo ofrecernos compañía y mayor seguridad. Al momento nos visita la policía de fronteras, a pocos metros tenemos el río y este es frontera. No nos ponen objeción alguna a pasar aquí la noche. Creo, por lo que he leído en algún blog al respecto, en búsqueda de información, que Rumania es el único país de la UE donde acampar en terreno público es legal. O al menos, no ilegal.

El compañero alemán va cargado como una mula. Excesivo todo el. Cubrir alforjas estancas con fundas impermeables se me antoja un disparate y veré uno tras otro.
Martes 12.05.15 Draganesti-Vlasca. Tras un alargado fin de semana, extraño, intenso, de fuertes emociones, ayer partió Marga para Roma y hoy me toca hacerlo a mi en busca del Danubio.

Mi intención es cruzar por Calafat y entrar por allí a Serbia, evitando regresar a Giurgiu y trazando de este modo una diagonal que pasa por Alexandria.

La última vez que recuerdo que se ajustó el sillín, carece de cierre rápido por lo que es preciso de dos llaves para su apriete y tan solo viajo con una, fue en Coruña. Creo o me lo parece que se ha desplazado acortando su distancia al suelo y achaco a ello las molestias que he sufrido en mi pierna, por pensar en algo. Por otro lado, soy consciente que la posición de mi pie en el pedal no es la adecuada, pero sucede que el transportín que uso es corto. Esto implica que si pongo el pie sobre el pedal del todo correcto mi talón golpea las alforjas o se engancha en ellas en su giro.

Me demoro en la salida a la espera de que abran una tienda de bicicletas y con su auxilio subo la tija a una posición que me parece más adecuada. No servirá de nada. Tras los primeros 35 kilómetros sin molestias el dolor hace acto de presencia y con esta tortura avanzo casi otros 30 kilómetros más. Me da la impresión que ahora es más intenso incluso que el que sufrí semanas atrás.

En el camino voy cruzando una buena cantidad de ríos que se dirigen a alimentar con su caudal el gran río. Bonitos pueblos, cuidados y limpios, el sol hace que el verde de los campos resplandezca y embellezca el paisaje. Soy consciente que estos mismos lugares, hace un par de meses a lo sumo, habrán mostrado un aspecto mucho menos atractivo y que parte de lo que me agrada de ellos es el poderlos recorrer en un día como el que hace hoy, sin tormentas o vientos que me empañen los lugares que recorro.

A las afueras de todos estos pueblos observo una buena cantidad de grandes casas, todas sin terminar e incluso me da la impresión que se encuentran en idéntico estado de ejecución. Veo alguna habitada y me asalta la duda de si esas gentes son sus propietarios o las tienen ocupadas. Puede que simplemente las guarden a cambio de poder vivir en ellas. A diferencia de las cubiertas de las antiguas en donde se ve el color del metal y este forma placas, en las nuevas, el tejado igualmente metálico, simula tejas y un esmalte les da vistosos colores.

Al comer mi yogur de hoy que ha resultado ser casi líquido, reparo los distintos tipos de texturas y sabores, su grado de sal, que he tenido ocasión de probar en Grecia, Albania, Macedonia, Turquía, Bulgaria y aquí. Todos muy buenos y ligeramente distintos entre sí.

Desde Bulgaria vengo rodando con manga y pantalón corto. Hoy me el sol me quema y al montar la tienda en una zona de arboles tupida y enmarañada junto a una zona de cultivos, todo lleno de zarzas y el suelo sembrado de ramas espinosas, mis brazos y piernas quedan arañados y heridos, con churretes de sangre y el escozor de las puntadas o cortes. Desde la tranquilidad de la tienda he visto pasar unos tractores camino a una antigua granja colectiva. Ni idea del tipo de explotación que en este momento será, si empresarial, cooperativa... pero sigo viendo grandes extensiones de cultivos y muy escasos campos pequeños de explotación familiar.

lunes, 11 de mayo de 2015

Miércoles 05.05.15 Bucarest. El día transcurre entre paseos por la ciudad y descanso bajo el techo del hostel. No se ha formado grupito como en Varna y tan solo comparto un rato de charla por la tarde con el fotógrafo que conocí ayer. Me va enseñando muestras de su trabajo que lleva consigo en papel y es el papel precisamente, según me explica, el responsable de algo que observo en ellas y por lo que le interrogo. Las fotos presentan unos tonos en escala de grises que contrastan fuertemente con la violencia de algunos de los colores que se observan. Son como tomas en blanco y negro a las que se les hubiera coloreado partes usando anilinas. Por lo visto, el soporte sobre el que las veo es de tipo metálico y confiere tan notable contraste. Hay fotos de sus viajes, por supuesto.

Me va gustando más la ciudad al tiempo en que la voy conociendo. Recorro bulevares y un gran parque a las afueras que rodea un lago. El río que la cruza lo pude ver el primer día. Ya localicé el hostel donde me traslado mañana, el que reservo Marga y he localizado el autobús que me llevará al aeropuerto donde nos reuniremos.


Pero sobre todo, estos días, disfruto de estar bajo techo y entre paredes. Algo que solo cuando careces de ellos toma sentido y aprecias en toda su extensión. Como del disponer de una cocina, agua corriente o ducha. Con todos estos placeres voy haciendo la espera al fin de semana. Y comiendo como un descosido.

Desde mañana 7 y hasta el día 11, estaré por la ciudad con Marga, continuaré desde el día 12 o así. Nos vemos.

miércoles, 6 de mayo de 2015

Martes 04.05.15 Bucarest. Día de descanso y turismo. Llegó pronto a un hostel de los muy económicos que se pueden encontrar en la ciudad, está medio vacío. Ducha caliente. Colada y ropa tendida al sol. Día muy caluroso que paso ganduleando por el hostel y la zona centro de la ciudad, haciéndome con el terreno, visitando tiendas y comprendiendo sus precios.

Puedo comprar comida para cocinar en el hostel y si bien hoy la tomaré fría pienso en que mañana me pondré a cocinar toneladas de comida caliente y comer como un animal. El dormitorio es cómodo, el sitio limpio y muy muy tranquilo. La gente del establecimiento amable. Me encuentro con Alberto, un madrileño que lleva viajando una buena cantidad de tiempo, lo de siempre, consejos, recomendaciones, indicaciones de lugares o curiosidades, etc, me invita a un café mientras espera su hora de partir. El tomará un tren para el norte. En el dormitorio coincido con un rumano que termina de llegar de México, donde vive desde hace 16 años, fotógrafo. Llega molido del viaje y se retira pronto a dormir, mañana coincidiremos con tiempo, creo.

La ciudad vieja me parece interesante. Aparte de sus edificios, me llama la atención su ambiente, sus locales y el ritmo relajado que se respira. Andaré poco por allí, tengo días por delante y hoy ando algo cansado tras la paliza de los últimos dos días. La sensación de ir limpio tras la ducha, de ponerme ropa igualmente limpia, con el sol y el calor se seca muy pronto, es indescriptible. Si a eso le sumo el comer sentado a una mesa y cómodamente sentado, en la terraza, respiro felicidad. Con todo, dentro de pocos días tendré a Marga rondando por aquí y eso aumenta la sensación de alegría y bienestar. Planeo alguna noche por esas terrazas que hoy recorro, compartiendo una cerveza, ¡Bien!

Al disponer de conexión a la red, me pongo al día de correos, envio alguno que vengo retrasando tiempo, leo noticias de la prensa y por la tarde algún documental y tutorial de un asunto que llevo semanas dándole vueltas en la cabeza, concretamente desde que pasé unos días en Roma y vi las plantas aromáticas de Marga. Me voy documentando sobre huertos en balcón. Tengo entendido que la gente dejó de ser nómada por la agricultura. Pues eso. Soñar es gratis.

En el patio del hostel, me pongo hasta arriba de yogur y frutas frescas. Le añado muesli por hacer el yogur más consistente, por que me llene más y por que el cuerpo me pide azucares. Frente a mi, una señora de Hong Kong, come de una fiambrera sentada en los escalones. Me crucé con ella un par de veces por el hostel a lo largo del día y no deja de mirarme. Le he pedido tabaco a Marga, decididamente no parece ser sencillo encontrar por aquí tabaco de liar, he visto pocas marcas, en pocos sitios y a precios nada baratos. Marcas desconocidas que no me siento con ánimos de experimentar, por su precio más que otra cosa. Si fueran más baratas seguro que lo hacia y con suerte encontrar algo de mi agrado. Si encontré tras mucho buscar, papel y filtros. Si en la capital cuesta dar con todo ello no quiero pensar por los pueblos que cruce en mi camino, mejor ir prevenido.


En el pub del hostel, asi le llaman, veo un cartel de las otras ciudades donde la cadena dispone de establecimientos. Tienen en Varna, vale, en Málaga, muy bien y en ALICANTE. El caso es que me alegro de ver el cartel donde lo anuncian, cosas que pasan. Puedo ver un edificio tras el que yo viví un tiempo.

Resulta del todo relajante volverme a encontrar con sonidos que comparten nuestra raíz latina y unos signos que soy capaz de descifrar. no resulta complicado entender lo que leo y seguramente comprendo mejor lo que dicen si me hablan en rumano en vez de en inglés. 
Lunes 04.05.15 A la entrada de Bucarest. Día de mucho calor. Entré esta mañana a Ruse donde desayuné. Recorro la población pero mis ganas de cruzar la frontera me vencen y salgo en dirección a esta al poco rato. Un puente de los años 50, visiblemente deteriorado y que observo que están reparando superficialmente, me cruza el Danubio, que no es azul por aquí si no de un tono más bien verdosos, pero bueno, el Mar Negro tampoco era negro. Lo he visto con un tono gris azulado los días que he rodado cerca de el.

Tras cruzar la frontera, en lugar de tomar la carretera hacia Bucarest, me dirijo a la ciudad de Giurgiu, por tener un primer contacto con el país y por cambiar moneda. El primer banco que me cruzo me sirve para ese fin. Antes de salir de nuevo, como algo a una hora algo temprana pero con apetito.

La carretera que me lleva a Bucarest es cómoda. Alguna pendiente como era de esperar, ya que me alejo del cauce y valle del Danubio, pero mi cuerpo responde bien y ruedo con alegría y a buen ritmo. El día, como decía, caluroso, ya por la mañana desperté muy temprano y con calor en mi saco. Por suerte, pronto dispondré de un saco manta de fibra que me hace saco de verano, de complemento del saco de invierno usándolo juntamente con el o de aislante, si lo pongo debajo de mi saco de plumas. Tengo ganas de probar que tal se duerme ahí dentro, lo emplearé con mi saco interior de seda y me las prometo muy felices.

Por el camino me detengo a comprar algo de comida, poca cosa, para el momento. Comí muy temprano y tengo apetito. Bueno, siempre tengo apetito, para que engañarnos. Los precios no son ni de lejos los que he disfrutado en los países anteriores. No es que me resulten caros, pero baratos no lo son. Otra sorpresa que me encontraré, es la dificultad de encontrar tabaco para liar o sus necesarios complementos. Aquí se fuma tabaco ya liado, de marca, algo más barato que en España, pero poco. Por suerte me queda tabaco turco para un par de días y un paquete de George Karelias and Son de liar que compré en Bulgaria hace días y que guardo como un tesoro para este fin de semana.

Me aproximo a Bucarest, pero es que simplemente no encuentro un lugar que me agrade para hacer noche. Los grupos de árboles que veo no me ofrecen la suficiente intimidad al ser pequeños y poco densos, demasiado cercanos a la carretera por otro lado. Y no veo edificaciones abandonadas o en parte ruinosas que me atraigan especialmente. Por otro lado, cada vez que entro en un nuevo país, paso unos días hasta que me siento tranquilo en el a la hora de dormir. Por fin, y tras pasar el cartel que me indica que me encuentro ya en Bucarest, termino por encontrar un tejado discreto y medianamente apartado que me ofrece abrigo para la noche.

En un bar donde me detuve por el camino, por eso de ir al aseo y demás, vi en la TV algo de una corriente de África que es la responsable de estos días de calor y que durará algún día más, sea bienvenida. Por el camino, si observo muchos ciclistas, cosa que no me sucedió ni en Turquia ni en Bulgaria. Nos vamos saludando. Y una vez en Bucarest, veo con agrado que aquí alguna gente usa la bici para desplazarse o como deporte.


El día no da para más. Entre la distancia que cubrí camino a Ruse, mi desvío a la población y lo que rodé por ella, mi otro desvío hacia Giurgiu y el paseo por su puerto fluvial, más los kilómetros que separan esta de Bucarest, finalmente me he merendado hoy una bonita distancia. Sorprendido por la facilidad en que he superado las cuestas y el buen tono con el que termino el día. Realmente me sentía con fuerzas para rodar más, mucho más.
Viernes, sábado y domingo 01, 02 y 03.05.15 Camino a Ruse. De todos los lugares por los que he viajado, es en Bulgaria y con diferencia, donde más fácil me está resultando encontrar donde acampar. Junto a la carretera, son multitud los bosquecillos que me voy encontrando donde poder montar la tienda con comodidad, sin grandes desplazamientos y a salvo de las miradas indiscretas de quien sea. Incluso viajando con una tienda de doble techo naranja, lo que no ayuda precisamente en la debida discreción que deseo. Tomo nota que si en algún momento he de cambiar esta, lo haré por otra con colores más discretos.

Aún con eso, la primera noche y tras una jornada con lluvia intermitente, prefiero encontrar un tejado bajo el que dormir y evitar el recoger una tienda mojada a la mañana. Veo muy pocas explotaciones agrícolas pequeñas, las hay, pero casi todo lo que me rodea son grandes extensiones de cultivos y las instalaciones agrícolas son igualmente grandes. Alguna ya en desuso, pero dotadas de naves, cuadras y establos, edificios parcialmente derruidos que me pueden ofrecer una solución para pernoctar. En uno de ellos solo veo habitada la casa de la entrada, el guarda, a quien le pido permiso para dormir en unos establos. La confusión es total, no hablo una palabra en su idioma y el no entiende otro. Para complicar más la cosa, me dice con señas que si puedo dormir, pero me lo dice al modo local, negando con la cabeza. Tras unos minutos de absurda charla, termino entendiendo que si puedo hacer noche allí y me instalo para descansar. Sus muchos perros, pasaran uno tras otro a saludarme y asegurarse que no supongo una amenaza.

La última noche me interno en un pequeño bosque, el día a sido muy cálido, casi caluroso, si bien por las mañanas suele refrescar, todo sea dicho que me pongo en pie en ocasiones pasadas las cinco de la mañana, con las primeras luces. El bosquecito tiene el suelo sembrado de una maraña de arbustos que me hace complicado moverme por el con la bici, entre espinos y ramas secas. El encontrar un claro no parece tarea sencilla y tras algunas vueltas veo lo más parecido a ello, apenas el sitio preciso para que quepa la tienda pero no mucho más. La espesura es total y solo gracias al sonido de la próxima carretera no termino desorientado.

Las razones por las que en unos sitios estoy cómodo y en otros no, se me escapa. En Bulgaria me siento bien. Como decía una gran oferta de bosques para dormir, por las carreteras, si bien no cuento con arcén, si me cruzo con vehículos que dejan una distancia muy generosa cuando te adelantan haciendo la circulación segura. Buenos precios. Si acaso la oferta de lugares donde detenerse a tomar algo, ir al aseo, etc, no es ni de lejos como la que tenia en Turquía o en Albania. Y puestos a poner pegas, hace tiempo que no encuentro ni un café con leche aceptable ni bollería dulce de mi agrado, pero todo esto son males menores.

Visito alguna población por las que paso, haciendo tiempo. El desvío que he tomado hacia Bucarest me la pone a tiro en las fechas previstas, si bien llegaré antes de tiempo y procuro ir demorándome. El buen tiempo, una carretera cómoda, la ausencia de molestias, me hace que rodar por estos parajes hermosos sea todo un placer. Me detengo a hacer noche a pocos kilómetros de Ruse por no hacer noche en una ciudad y por entrar en Rumanía en un día que no sea festivo, por el tema de cambiar moneda en banco y tener tiendas abiertas. En los últimos kilómetros y al ser domingo, me voy cruzando con familias rumanas que han pasado a este país para pasar una jornada primaveral de picnic y con muchos grupos de moteros, cargados de bultos, que usan esta carretera para ir de un país a otro en sus excursiones balcánicas.

Cicloturistas veo igualmente. El sábado dos, uno por la mañana y otro, en reclinada, ya por la tarde. Ambos germanos. Parada de saludo y poco más. El domingo me cruzaré con otros tres, estos ya viajando juntos y tan solo nos saludamos sin detenernos.

Si bien no he visto apenas señales de la presencia musulmana en Bulgaria, desde el sábado por la noche y la mañana del domingo, si puedo escuchar llamadas para oración desde las próximas mezquitas que no logro terminar de ver, tan solo oír.


Un último apunte. Sea por que ahora dispongo de los vientos de otro modo, sea por que he encontrado la mejor disposición de puertas abiertas y mosquiteras cerradas, sea por que el clima es por aquí más seco, más continental, el caso es que en las últimas semanas duermo sin problemas de condensación en la tienda y eso me agrada mucho. Este próximo fin de semana veré de revisarla en profundidad y proceder a su reparación si logro encontrar en Bucarest el producto reparador que preciso. Se trata de un gel que se extiende por las costuras interiores del doble techo y una vez seco sustituye a sus desaparecidas costuras termoselladas. Veremos que pasa o si simplemente es tirar el dinero.

martes, 5 de mayo de 2015

Jueves 30,04,15 Varna. Son casi las 9 a.m. Y paseo desde el puerto al museo naval con la intención de despedirme del mar. Si todo va según lo planeado, pasaré algunos meses sin poder verlo de nuevo. En el camino me cruzo con una niña, unos 10 años tendrá, va a la escuela y lo hace en bici. La mochila a la espalda y pedalea sin manos. Sus brazos extendidos, mueve las manos con una ondulación de ave, está volando. La sigo con la mirada hasta que gira y entra en un edificio anejo al puerto, otros niños atraviesan la puerta en ese momento. La escuela.

Tras este espectáculo, el día tiene que ser bueno de necesidad. Desayuné en el hostel, con el compañero finés, el brasileño y el ucraniano partieron ya. Somos los más madrugadores y entre ambos se ha establecido una cierta afinidad. Hemos intercambiado prendas en un practico trueque y con ayuda de google maps nos vamos contando por donde hemos pasado o tenemos previsto hacerlo, consejos y recomendaciones incluidos. Unos motivos tribales tatuados en su pelado cráneo y su envergadura contrastan con unos ojos tiernos de mirada amable y abierta.

Tras visitar el museo, al aire libre, donde coincido con varias excursiones de escolares, y el parque que discurre junto al mar, me dirijo a realizar un par de compras. Un cubierto para Marga que me hace especialmente feliz de poderle regalar, unas cordoneras para mis botas de invierno, un cuaderno, un cordón para mis gafas, el que me dio Marga peligra de romperse en el momento más inoportuno y con mis gafas no quiero jugar. Cosas menudas y de poco importe.

Ben, en el hostel, me enseña un cartel. Mañana tiene concierto en un local de la ciudad. Lamento y así se lo digo, el no poder ir a escucharle. Demorar un día más mi estancia supone un nuevo mordisco a mis finanzas y la rodilla parece que dejó de doler. Con los forzados reposos de estos días y habiendo quedado en reunirnos en Bucarest dentro de poco, no debo demorar más mi partida. De hecho, mis previsiones iniciales de pasar por Constanta e incluso acercarme a Galati se han visto frustradas por esos retrasos. Todo al traste por la maldita rodilla. Dispongo del tiempo justo para ir directo cruzando el Danubio por Ruse. Esto contando con no sufrir nuevas molestias que me obliguen a desplazamientos más conservadores o incluso con el auxilio de algún tren. Confío en que no sea así.

Como viene siendo habitual, la tarde se anima en el hostel. Hoy, un cántabro que reside aquí desde noviembre, viene a dar una charla y mostrar unos vídeos de su comunidad. Deportes tradicionales, folclore, gastronomía. El salón esta concurrido, de huéspedes y visitantes que suelen frecuentar este local como si de un bar alternativo se tratara. El hostel dispone de un rico calendario cultural y tiene sus seguidores.

Tras la charla, aparecen las guitarras, flautas y percusión y la gente improvisa una velada donde cantan, ríen y toman cerveza. A diferencia de los turistas, que viajan con tiempo reducido y agenda apretada, usan los alojamientos de un modo bien diverso. Para los viajeros, el hostel, es un sucedáneo del hogar. Reposan en el muchas más horas que un turista en un hotel, se relacionan de un modo distinto, se comparten experiencias, afectos y alimentos. No es extraño que gente que se conoce en estos lugares comparta juntos siguientes etapas de sus viajes. Son el soporte social de los que viajan solos, que no son pocos. En el proceso, ayudan frecuentemente los que trabajan aquí, presentando gente, solucionando problemas o dudas y procurando a cada instante que te sientas cómodo y lo más libre posible.

A esto le sumas su esplendida ubicación encontrándose en pleno centro, con los balcones frente al parque que nos separa de la catedral. En las aceras, un mercado de fruta y verdura al que cada día se añaden minúsculos puestecillos atendidos por ancianas donde venden lo que tienen, los huevos que hoy pusieron sus gallinas, los calcetines que tejieron con lana o con pelo de conejo, tarros de miel sin etiquetar y botellas de refresco rellenadas con leche. Hoy compré allí los huevos y ajos tiernos que empleo para mi cena. La fruta la compré en un puesto, barata y fresca.


Con el sonido de fondo de las canciones, fumo un cigarrillo sentado en el balcón. Observo la catedral iluminada y la templada noche me hace cerrar los ojos. Me quedo dormitando hasta que la gente, por parejas o grupos, sale a terminar la noche por la ciudad. Ahora, ya el local en silencio, me retiro a dormir.