Jueves
14.08.14 Matalascañas. No se por donde empezar a contar el día de
hoy, el principio se me hace muy lejano, como si el día se hubiera
estirado para ocupar una fracción de tiempo a todas luces muy
superior a el real. Prefiero comenzar por las 16 pasadas, sentado en
un banco mini, de esos que cuando se desean tener más plazas para
sentarse se agrupan enfrentados o casi y que no termino de verles la
gracia entre otras cosas por que en los parques uno se sitúa de cara
al camino o frente a la fuente o buscando el sol o la sombra y la
orientación del banco tiene importancia de modo que con estos
amontonamientos solo uno de ellos en el mejor de los casos termina
teniendo la orientación buena, pero efectivos son para ahuyentar a
vagabundos o impedir que el chandalismo local acampe en ellos para
dormitar por el escaso espacio que ofrecen si no es sentado.
Después de esta divagación el caso es que aquí estoy sentado, con todo
desparramado a mi alrededor tras haberme lavado los pies y cambiado
de calcetines y ahora no soy capaz de ponerme en pie, directamente me
caigo. Los ligamentos duelen como no recuerdo y mis pies se resisten
a soportar el peso de mi cuerpo. Llevo así desde hace más de media
hora, con hambre pero sin fuerzas para ir a comprar comida.
¿Como
se llega a este punto? El que le autoricen a cruzar el Parque de
Doñana por la playa en bici no, NO, significa que se pueda, no en
bici, o no yo en bici. Me explico, incluso en la hora con la marea
más baja la bici se hunde en la arena por el peso y se requiere una
fuerza para moverla de la que yo carezco, tan solo unos 15 minutos y
con un soberano esfuerzo que me ha dejado agotado he logrado mover la
máquina conmigo encima. El resto de las 7 horas y media de camino lo
he pasado empujando, sin detenerme, sin sentarme por que no hay
opción de poder apoyarla en ningún sitio, con relativa prisa por
que no se disponen de referencias para saber cuanto has recorrido y/o
cuanto queda por recorrer, con ganas de salir pronto por que una
eventualidad como un simple pinchazo se me hacia catastrófico.
Y
aún así he disfrutado del camino.
EL
sol ha salido en el mismo instante en que la barcaza “La Olga” se
ha separado de la playa en Sanlúcar si bien avanzados unos escasos
metros ha regresado para recoger a un rezagado empleado del parque
que ha llegado con retraso. El trayecto es muy corto, el río se
cruza en nada y pasa junto al Real Fernando, un barquito pequeño y
bonito que realiza visitas por la zona. Nada más llegar, y teniendo
en cuenta que apenas dos horas antes la marea estaba alta, la
superficie de la arena no es óptima para mucho. Primero probar las
distintas partes que esta ofrece y medir el avance y esfuerzo, desde
las marcas de rodaduras que han dejado los 4 x 4 hasta la arena
húmeda por las olas pasando por todas las intermedias.
No
se decir que alguna sea la mejor ya que eso varía según la hora del
día y las horas en que el agua se retiro de ella, además que es
caprichosa, vas por donde esta funcionando y de repente deja de
hacerlo, cambias entonces a la segundo mejor opción y te das cuenta
que ahora es incluso mejor que la que usaste antes por ser buena.
Esto te obliga a ir por una “senda” zigzagueante que hace que los
kilómetros del recorrido no sean los nominales. Lo que si está
claro es la que no funciona, arena seca y profunda.
A
ratos incluso circulé por el agua, donde esta forma una delgada capa
de un dedo de profundidad y es por esta zona donde logré rodar esos
15 minutos si bien a unos escasos 6 kilómetros por hora o así, cosa
que no compensó por el esfuerzo que empleé, como el de una dura
subida y ojo a la dirección que ha de ser fina.
Tras
la primera media hora de marcha a pie, tras asumir como seria el
recorrido si no empeoraba y confiando que a lo largo de la mañana y
hasta pasadas las 12 el mar dejaría al descubierto nuevas zonas con
nuevas oportunidades de ir intentando rodar, empecé a disfrutar del
camino.
Una
playa virgen de 35 kilómetros, con dunas a tu derecha y el mar, al
frente más y más de lo mismo, ninguna construcción, ningún ser
humano en horas ni nada, salvo esas marcas de rodadas que deje de ver
al acercarme al agua, que indique que existen sobre la tierra.
Pasa
muy de largo en largo, a las dos horas de marcha, un coche del
servicio del Parque y a las 4 horas de marcha me adelantan cinco
autobuses 4 x 4 de una empresa que organiza visitas guiadas, saludos
desde las ventanillas como los niños cuando pasean en esos
trenecitos urbanos, alguna foto, me encendí un cigarrillo en un
intento de que no me confundieran con un deportista o algo así. De
hecho me molestan un poco las preguntas tipo ¿cuanta distancia
llevas?, lo ignoro, ¿cuantos kilómetros recorres por día?, ni
idea, viajar no es eso señores, si recorro mucho veo poco los sitios
por donde paso y me gusta detenerme y conocerlos.
Uno de los que hace un par de días me hablo de que el Parque se podía cruzar en bici me comento que tenia referencias de ello por una
familia, cuatro miembros, que la habían pasado, incidiendo en que incluso la niña de siete años y con 20 kg de peso, ¿para que?
¿estamos locos?, lo cruzó sin problemas.
Lo
dudo, perdón.
Otro
cicloturista me describió su viaje como de 2.900 kilómetros. No
mencionó sitios, lo mismo si el mismo se dio cuenta de por donde
pasaba.
Volviendo
al Parque. Una bici sin carga, un cuerpo que yo no tengo y a
disfrutar, si señor. Un recorrido que puede ser duro por la arena y
la distancia pero sin dificultad será sin duda la delicia de
cualquier ciclista.
Por
cierto, lo peor con diferencia el último kilómetro, ya en la playa
de Matalascañas, ahí si hay arena de la mala y no encuentras hasta
pasar un buen rato una rampa por la que salir, cansado como ya estas
de tanta arena y sol.
La
noche fue movida, empezaban justo ayer las fiestas en Sanlúcar y
por ser el primer día y hoy laborable el personal consideró a las
03.30 una hora razonable para marcharse a sus residencias, eso si, montando todo el bullicio posible por si algún vecino ha tenido la
insensata ocurrencia de querer dormir. Antes de las seis de la mañana
otro poco de lo mismo, no de fiesta esta vez, si no de gritos, un
pescador, de los de caña, llamando a su amigo que llega a la vez que
el pero aparca a distancia. Entre unas cosas y otros poco más de dos
horas de sueño. Que hoy acuso.
Desayuno
por 1 € café con leche y ½ tostada, el precio es correcto, abre
el primero de la población y con esos precios, café y tostada
entera de jamón ibérico por 2,80 € tiene el local a tope desde
las 7 de la mañana. Por el pasaje en la barcaza pago 10 € solo
ida, la bici paga un suplemento que es más que el precio de un
pasajero y el pasaje, menos un pescador y yo, son todos empleados del
Parque que comienzan su jornada.
Recorro
Matalascañas por buscar donde comprar comida y dormir, la parte no
residencial turística es pequeña, el resto de la población, que es
una parte de Almonte, son todo urbanizaciones, mas una extensa playa.
Voy
hasta el faro, moderno y de planta triangular me llama la atención y
me trae recuerdos de juventud, cuando pasé un tiempo interesados por
las escasas torres triangulares que existen, hablo de castillos que
no de construcción contemporánea, afición que despertó la que
tienen en el castillo de la Mola, en Novelda. La alimentamos, pues la compartía con otros, a base de investigaciones transversales,
disparatadas y fantasiosas que años más tarde pude ver en “El
Péndulo de Foucault” extremos a lo que esto puede llegar. El tema lo
dejamos pasado un tiempo y ya ni recuerdo en detalle mucho de ello,
además eran tiempos pre-internet con lo que las fuentes a que
recurrimos fueron entre pocas y menos.
Dejo
el faro que si bien es un sitio con alguna opción de cubrir la
función de dormitorio, esta en alto, frente al mar y muy expuesto al
viento que aún sopla de poniente, pronto esta anunciado que
cambiará, me promete una noche de perros que no me apetece después de lo poco que dormí anoche y mi estado de cansancio.
Cambio
el prisma por el que miro las cosas y regreso cojeando al pueblo cuyo
centro termino de encontrar, tengo algo de frío, casi como cada noche
y siempre me sorprendo ver a la gente con muy pocas prendas mientras
yo he de vestirme más. Hoy al menos veo alguna chaqueta y algo que
me reconforta, un vendedor de la ONCE coloca sus últimos décimos y
el, ciego como es, no ve como van los demás y simplemente se viste
para su confort, con un jersey.
Ya
con ojos de vagabundo escruto de nuevo el escenario urbano y descubro
dos sitios, uno especialmente propicio, techado, eso si, con un local
de copas cerca si bien separado de la vista por un muro, dormiré con
música.
Por
que esto es un lío, a ver si pongo un poco de orden por que si bien
las etiquetas difícilmente se nos terminan de ajustar si necesitamos
un patrón mínimo aunque después rocemos los extremos de dicho
patrón o nos salgamos en ocasiones.
- Pobre soy, totalmente.
-
Indigente, por el momento no.
-
Cicloturista cada día más horas, en su doble vertiente de ciclo y
de turista o más bien viajero.
-
Sin techo, por supuesto.
-
Vagabundo, sin lugar a dudas, sobre todo cada noche.
Andaría
entonces en algo intermedio entre cicloviajero de día y ciclobundo
en las noches ya que por suerte la “ciclo” la conservo. De comer
no pido, bueno pedir no pido de nada, pero aceptaría más de una
cosa, sobre todo lo que se refiere a reemplazar aquello que perdí,
mas más no quiero.
Para
calentarme me tomo un descafeinado sentado junto a uno de esos
asadores de carne para kebab y ya más templado me dirijo a mis
aposentos ilusionado de poder reponerme de tan intenso día.
Por
cierto que casi mejor ciclobundo, en serio.