Lunes
y martes, 09 y 10.02.15 Francigena Meridional. A pesar de tener
trazado el camino de salida de Roma y a pesar de partir a una buena
hora, me demoro mucho para dejar atrás la urbe metido entre su denso río de coches atascados, con los semáforos que me retrasan y obligado
a tomar algún desvío por las zonas en que rodar en bici no esta
permitido o no es recomendable.
Muy
ambiciosamente me marqué como primera etapa un punto al que no podré
llegar. Estos puntos que tengo en mente obedecen a dos razones, una
que si finalmente Marga puede venir la próxima semana, el punto de
encuentro será Bari y he de cubrir la distancia en una semana, y
dos, en este camino se dispone de dos tipos de hospitalidad,
comercial y “povere”, esta última sin costo, y no en todos los
puntos se dispone de la misma, de modo que si soy capaz de cubrir
cada día la distancia que une dos hospitalidades pobres podré
disponer de techo cada noche. Pero no.
Ya
el primer día he de parar en donde no la hay y el segundo día, a
pesar de cubrir tres etapas de una sola vez, no entro en población
donde disponga de la misma. Esto según la guía que le compré a
Marga, por que la realidad es otra.
Al
viajar con credencial, me detengo, tanto la primera como la segunda
tarde, para el correspondiente sello y en ambos lugares, sin pedirlo,
y sin que en dichos lugares estén documentados como hospitalarios,
me ofrecen alojamiento. Cierto que son solo, y digo “solo” como
si eso por si mismo no me suponga todo un lujo de comodidad que me
supone y mucha, unas estancias cerradas y con acceso a un aseo.
En
Ceprano, donde paso la segunda noche, me dice el párroco que tienen
previsto acondicionar una estancia para uso exclusivo de peregrinos,
pero en ambos sitios me han ofrecido estancias cómodas y limpias,
con calefacción si bien sin cama, cosa que viajando con la mía no me
supone molestia alguna.
Atrás
en el recuerdo quedan las penosas jornadas de Umbria, reposando ahora
en estas condiciones de ensueño y rodando por el día con
temperaturas cálidas o casi, pero secas, y pasando bajo techo las
horas en que el termómetro baja, y baja cada noche, de los cero
grados.
Las
montañas que, a cada lado, veo nevadas, las siento lejanas por el
momento, no se en que jornada las deberé cruzar para encarar la zona
oriental de Italia y que me dejará a los pies del Adriático.
Aún
no he decidido, si una vez en Brindisi, embarcaré rumbo a Grecia o
Albania. Quedan días, cierto, pero no tantos, unas dos semanas. Un albanés, con quien charlé la semana pasada, me dijo que para ir
hacia Estambul lo mejor seria atravesando Tirana y desde allí, por
Macedonia hacia Tesalónica, pero a saber.
Supongo
que iré teniendo más claras las cosas conforme pasen los días y
disponga de más información. Y según sean mis ánimos para pisar
terreno no comunitario y aventurarme por marcos menos previsibles,
con monedas y lenguas extrañas a mis oídos y lugares sobre los que desconozco absolutamente todo.
Un
matrimonio, ya jubilado, con el que me detuve ayer en Frosinone a
conversar, me habló de una antigua vía que unía Roma con
Constantinopla y que pasa por dichas tierras, lo cierto es que al oírlo me sedujo la idea y tan pronto disponga de tiempo wifi he de
indagar al respecto y valorar la posibilidad de recorrerla.
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