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miércoles, 25 de febrero de 2015

Miércoles 11.02.15 Cassino. Anoche dormí con ciertas molestias en mi pierna derecha. Llevo desde la noche del viernes usando otras botas. Recias, duras y pesadas. Son botas de invierno y noto la calidez que me proporciona su uso a diferencia de las livianas botas de verano que he utilizado durante todo el otoño y lo que llevamos del invierno. Estas botas prometen ser impermeables y lo parecen, lo veremos, las otras lo prometían pero ni lo parecían ni lo son.

Con estas botas camino de otro modo y pedaleo de otro modo, tienen la caña más alta, lo mismo en las de verano era por ahí por donde penetraba el agua, y obligan a una posición más rígida. A eso achaco que tras dos largas jornadas de intensivo uso estas puedan ser las causas de las molestias que siento. Por otro lado, cada día las noto mas “domadas” y agradezco su calor. La próxima lluvia comprobaré si son impermeables aparte de que ayudaran en el proceso de adaptación a mi pie y con ello y a falta de unos buenos pantalones en la línea de mi chaqueta podré tener unas prendas finalmente aptas para los días de lluvia. El siguiente paso será procurarme una mejor ropa interior, que logre mantener mi cuerpo lo más seco posible.

Con todo, ruedo hasta Cassino y voy sumando, aunque pocos, algún kilómetro más. Aquí si dispongo de hospitalidad pobre. O eso suponía, pues cuando localizo el lugar me lo encuentro en plena reforma y me indican que lo tienen temporalmente cerrado. La mujer que me atiende me dice que espere y tras una llamada de teléfono me ofrece ir a un edificio cercano donde unas religiosas dirigen un centro que da acogida a gente sin techo.

Una vez allí me cruzo con una monja que sale apresuradamente y me deja en manos del portero. Todas las plazas están ocupadas pero me ha puesto una cama al final de un pasillo, el sitio es cálido, con techo y tienen ducha. Tras esta, comienzo a tratar con los indigentes que habitan este lugar, son unos 20 y, de uno en uno o en grupos, todos pasaran a preguntarme algo.

Dedico la tarde a leer tumbado en mi cama y cuando veo la chaqueta de uno de ellos, con agujeros de quemaduras de cigarrillo por donde se le escapan las plumas, me ofrezco a hacerle un zurcido y cerrarle esos orificios. Armado de aguja e hilo pasaré finalmente la tarde pegando botones y haciendo reparaciones en las prendas de media residencia. Me quieren pagar con tabaco.

La cena es heterodoxa en contenido pero copiosa y muy por encima de lo que acostumbro a tomar cada día. La tomo agradecido. Mientras tras la cena ven la TV, uso el tiempo de paz e intimidad para, recostado en la cama y sin tareas de costura, poder leer o escribir un rato.

Entre los indigentes, como me viene sucediendo cuando he conocido a otros grupos similares anteriormente, el abanico humano es de lo más ecléctico y no tarda en acercarse e invitarme a su mesa un africano con su cabello ya canoso y que sobresale del resto. Transpira cultura y sabiduría, se le ve inteligente de lejos, su mirada lo dice. Le veo trocear los alimentos para otro comensal con problemas de visión con la naturalidad que le da la costumbre. Se dirige al resto con una autoridad que los demás aceptan con respeto. Dentro de que visten prendas donadas, a la institución y otros lugares, el ha sabido hacerse con unas que le aportan elegancia, limpio el y limpias sus prendas. Muy digno su porte en todo momento, sabe sonreír.

Las hermosas calles o plazas medievales de otros lugares aquí se han cambiado por un cementerio polaco. Las logias renacentistas por otro cementerio, este alemán. Los bellos puentes que podrían cruzar su río o canales, por otro cementerio aliado. Y todo así. Tan solo alguna ruina romana sobrevivió a la jornada del 14 de febrero de 1.944 cuando, como reza el título de una colección de fotos que observo, se produjo “la muerte de una ciudad”. Hay, eso si, además de los cementerios, el cadáver de un sherman y un museo militar sobre la batalla y bombardeos.

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