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miércoles, 20 de agosto de 2014

Domingo 17.08.14 Comarca de el Condado. Duermo al final tras una valla abierta de una pequeña nave sin actividad, hasta las ocho de la mañana, sin ruido de ningún tipo al ser domingo y estar la zona apartada y sin transito si bien con una visita, a las dos de la mañana un par de coches entraron con la idea de montarse un botellón, 6 ó 7 jóvenes que me ven, me saludan y deciden ir a otro sitio por no molestar mi sueño y así me lo dicen.

Desayuno en Rociana del Condado mi café con leche y media tostada de costumbre 1,70 € y visito el pueblo prácticamente dormido a estas horas del domingo para salir después en dirección Bollullos del Condado.

Cruce hace años Francia por carreteras secundarias, la cruce de un modo errático, sin una idea clara de por donde iba a pasar, tan solo tenia un punto que quería ver, Chartres y un punto por el que salir de allí, Cale, donde tomaría el ferri a Dover. Viajé en coche. El viajero cultivado, indudablemente goza más de las cosas que encuentra, conoce la historia de lo que va a visitar, su cultura, gastronomía y tradiciones. No es mi caso. Poco o nada sabia de los puntos que visité o donde me detuve y en ocasiones era por un nombre que me impulsaba a dirigirme allí por curiosidad, como me sucedió con Limoges que sabia de su existencia por una pequeña porcelana que recibe su nombre por ser oriunda de allí y que recibí de obsequio anteriormente.

El hacer el viaje sin pisar autovías o autopistas sí me aporto la indudable ventaja de atravesar las poblaciones rehuyendo siempre todas las circunvalaciones, así pase por Toulouse, Poitiers, Tours, Orleans, etc. El caso es que no hay nada del todo bueno ni malo y esa misma ignorancia que padezco me regala algunas sorpresas que de no ser el caso me habría privado de tener. Así me sucedió cuando al mirar a la izquierda me encontré con las murallas de Carcasone, ciudad de la que por aquel entonces ignoraba todo y que posteriormente he podido disfrutar al conocer su historia y leyenda, y que por supuesto visité. Algo así me ha sucedido con Niebla. Pase por que estaba en mi camino. Cierto que con curiosidad por su hermoso nombre pero sin conocer absolutamente nada de su existencia hasta hace un par de días que la vi en mi plano y esa ignorancia me ha supuesto un precioso regalo en una segura aburrida tarde de domingo.

Empece a disfrutar ya con su puente romano que recorrí en ambos sentidos por ver mejor el Rio Tinto a su paso ya que a cada lado es distinto lo que veo, una parte es árida y pedregosa en la que el agua contrasta fuertemente con el ocre de su rivera, al otro lado una frondosa vegetación que desde la orilla se extiende hasta el pie de las murallas, dentro de las cuales esta gran parte de la ciudad. Murallas en fábrica de tapial principalmente, con seis puertas.

Rápidamente entro por una de ellas, la más próxima a la Iglesia de San Martín y recorro sus calles hasta llegar al Hospital Nuestra Señora de los Ángeles donde tras ver una exposición de arte visito el centro de interpretación donde me voy enterando de su historia o de una pequeña parte de ella, que se remonta, y ahí podemos entrar en la leyenda, hasta los antiguos pobladores ligures que en algún texto aparecen como vecinos de los tartesos. De como se tiene constancia de que en alguna batalla ya se uso pólvora para unos primitivos cañones por el siglo XIII siendo así el lugar de occidente donde primero se empleo para usos militares. En esa misma plaza del Hospital, la Iglesia Santa Maria de la Granada que aunque se remonta a mezquita árabe, por tener tiene hasta columnas romanas, ya que esto fue emplazamiento romano y anteriormente fenicio. Recorro su castillo. Por la puerta de Sevilla salgo y bajo hasta la alameda que recorre el río junto a sus muros y bajo un álamo, sera un álamo si esto es una alameda, supongo, encuentro sitio para pasar la noche.

Me he saltado mi camino hasta aquí, que deje en dirección a Bollullos tras el desayuno. Por el camino un pinchazo que por no desinflar del todo la rueda y la proximidad a la población decido reparar en esta con el auxilio de la sombra, de poder inflarla en una estación de servicio y de no meterme en faena en un arcén. De modo que camino un rato con la bici a mi lado. He cambiado alguna cámara en mi vida, no es que sean muchos, pero son. Se de sobra que no basta con cambiar la cámara, que hay que revisar en la cubierta para localizar el objeto que la pincho si es posible y continua ahí y de ese modo evitar un segundo pinchazo. Y así lo hago. Tras el segundo pinchazo, por supuesto.


Haciendo el idiota de este modo paso buena parte de la mañana. Además de ver la cantidad enorme de bodegas que hay en Bollullos y preguntar por ese vino de naranja que anuncian y que resulta ser un vino dulce aromatizado con esta y que por la hora de la mañana entre otras cuestiones me quedo con las ganas de probar. Ya con la rueda reparada, por segunda vez, una espina de cardo, continúo hacia La Palma del Condado donde paso las horas duras de la siesta con un café al que me invita el dueño del bar y de charla con este y con un matrimonio amigos y vecinos en la misma finca que el bar. 

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