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miércoles, 6 de mayo de 2015

Lunes 04.05.15 A la entrada de Bucarest. Día de mucho calor. Entré esta mañana a Ruse donde desayuné. Recorro la población pero mis ganas de cruzar la frontera me vencen y salgo en dirección a esta al poco rato. Un puente de los años 50, visiblemente deteriorado y que observo que están reparando superficialmente, me cruza el Danubio, que no es azul por aquí si no de un tono más bien verdosos, pero bueno, el Mar Negro tampoco era negro. Lo he visto con un tono gris azulado los días que he rodado cerca de el.

Tras cruzar la frontera, en lugar de tomar la carretera hacia Bucarest, me dirijo a la ciudad de Giurgiu, por tener un primer contacto con el país y por cambiar moneda. El primer banco que me cruzo me sirve para ese fin. Antes de salir de nuevo, como algo a una hora algo temprana pero con apetito.

La carretera que me lleva a Bucarest es cómoda. Alguna pendiente como era de esperar, ya que me alejo del cauce y valle del Danubio, pero mi cuerpo responde bien y ruedo con alegría y a buen ritmo. El día, como decía, caluroso, ya por la mañana desperté muy temprano y con calor en mi saco. Por suerte, pronto dispondré de un saco manta de fibra que me hace saco de verano, de complemento del saco de invierno usándolo juntamente con el o de aislante, si lo pongo debajo de mi saco de plumas. Tengo ganas de probar que tal se duerme ahí dentro, lo emplearé con mi saco interior de seda y me las prometo muy felices.

Por el camino me detengo a comprar algo de comida, poca cosa, para el momento. Comí muy temprano y tengo apetito. Bueno, siempre tengo apetito, para que engañarnos. Los precios no son ni de lejos los que he disfrutado en los países anteriores. No es que me resulten caros, pero baratos no lo son. Otra sorpresa que me encontraré, es la dificultad de encontrar tabaco para liar o sus necesarios complementos. Aquí se fuma tabaco ya liado, de marca, algo más barato que en España, pero poco. Por suerte me queda tabaco turco para un par de días y un paquete de George Karelias and Son de liar que compré en Bulgaria hace días y que guardo como un tesoro para este fin de semana.

Me aproximo a Bucarest, pero es que simplemente no encuentro un lugar que me agrade para hacer noche. Los grupos de árboles que veo no me ofrecen la suficiente intimidad al ser pequeños y poco densos, demasiado cercanos a la carretera por otro lado. Y no veo edificaciones abandonadas o en parte ruinosas que me atraigan especialmente. Por otro lado, cada vez que entro en un nuevo país, paso unos días hasta que me siento tranquilo en el a la hora de dormir. Por fin, y tras pasar el cartel que me indica que me encuentro ya en Bucarest, termino por encontrar un tejado discreto y medianamente apartado que me ofrece abrigo para la noche.

En un bar donde me detuve por el camino, por eso de ir al aseo y demás, vi en la TV algo de una corriente de África que es la responsable de estos días de calor y que durará algún día más, sea bienvenida. Por el camino, si observo muchos ciclistas, cosa que no me sucedió ni en Turquia ni en Bulgaria. Nos vamos saludando. Y una vez en Bucarest, veo con agrado que aquí alguna gente usa la bici para desplazarse o como deporte.


El día no da para más. Entre la distancia que cubrí camino a Ruse, mi desvío a la población y lo que rodé por ella, mi otro desvío hacia Giurgiu y el paseo por su puerto fluvial, más los kilómetros que separan esta de Bucarest, finalmente me he merendado hoy una bonita distancia. Sorprendido por la facilidad en que he superado las cuestas y el buen tono con el que termino el día. Realmente me sentía con fuerzas para rodar más, mucho más.

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