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domingo, 26 de abril de 2015

Viernes 24.04.15 En algún lugar del parque natural de Strandzha, Bulgaria. Sabia que me encontraría montes al llegar a la frontera, pero no esperaba algo tan hermoso. El día soleado influye, la primavera, por supuesto. Los robles tienen hojas nuevas y el espectáculo es como para detenerme a cada instante a disfrutar del paisaje. Un río e incontables arroyos discurren bajo mi, a la derecha de la carretera que se va elevando. Llego a la última población de Turquía antes de la frontera, a solo 10 kilómetros. Un pueblo pequeño y sin un palmo de asfalto y me tomo un festín para desayunar, un par de cafés con leche terribles y un par de rosquillas secas y duras, eso sí, por unos 70 céntimos de euro. Me deshago de las monedas locales que aún me quedan en una tienda de comestibles y ya con los deberes terminados me dirijo a la frontera. Esta en alto, como no.

Un puesto fronterizo de escaso transito donde el guarda turco dormita con los pies en alto sobre la mesa. Un vistazo a mi pasaporte sin excesiva atención y tramite terminado. En el control búlgaro aún tardo menos. Y todo lo que subí ayer y hoy, hoy lo tengo de bajada. De nuevo 10 kilómetros hasta la siguiente población que recorro en un suspiro. La coloración y disposición del bosque a este lado no es como en el turco. No logro ver en que se diferencian, pero no son iguales.

Nada más llegar al primer pueblo me dirijo al bar a terminar de cargar la batería del teléfono y tomo un café algo mejor que los que desayuné. Precios igualmente fantásticos para mi magra economía. Con leche por unos 30 céntimos.

Desde aquí y durante todo el resto de la jornada, voy rodando entre el bosque de este parque natural, con escasa presencia de vehículos y solo seguido en ocasiones por un todo terreno del servicio forestal que no me quita ojo de encima. Aquí no esta permitido acampar, según veo en los carteles y los forestales se temen que sea esa mi intención. Pasamos horas jugando al ratón y al gato. Yo soy el ratón, pero hay mucho donde esconderme y finalmente el gato se cansa de seguirme o llegó su hora de dejar el trabajo. Un claro del bosque, sobre un cómodo suelo tapizado de hojas secas y hierva me servirá de colchón. No tengo la carretera lejos, pero si me encuentro al resguardo de miradas indiscretas.


Con la tienda montada y sobre mi catre me quedo dormido a media tarde. Me despierta una sinfonía de ruidos, ya anochecido. Pisadas. Un bramido, o gruñido o que se yo, imposible imaginarme que tipo de animal pueda producirlo. Más pisadas, de animal, claro. Aullidos. Todo tipo de trinar de pájaros que no se detendrán en toda la noche. A esto le acompaña los sonidos que hace meses me sobresaltaban y ya no lo hacen. El viento al mecer las ramas o sobre la tienda. He cenado, estoy cansado y no dispongo de luz. De modo que a dormir toca y mañana será otro día. El parque es muy hermoso y solo me siento amenazado por otras personas del lugar, los animales y los forestales. Poca cosa. He dejado las puertas abiertas con las mosquiteras, pero hay dos zonas, una a cada lado de los costados de la tienda, en donde el doble techo toca el interior. No se como evitarlo y así sucede desde hace tiempo. Mal asunto si la noche es húmeda.

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