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domingo, 26 de abril de 2015

Jueves 23.04.15 A 35 kilómetros de Bulgaristán. Así rezan los carteles. Fiesta de los niños y no se que otra fiesta más, me lo explican pero no termino de entenderla. Lo de los niños, por lo visto, se celebra en otros muchos países, cosa que desconocía.

Tan pronto entro en la ciudad descubro en la terraza de un restaurante una construcción que sin duda fascinaría a cualquier aficionado a la estética steampunk. Una caseta de madera con amplias cristaleras empañadas y de la que sobresalen chimeneas de cobre y latón. Dentro, una cocina de leña donde diversos pucheros bullen y los platos, todo de cobre, son calentados. De esa cocina me sacan un plato donde han mezclado, al antojo del cocinero, un poco de cada uno de los pucheros, creando una sopa espesa o puré caldoso, no se, delicioso, que me sirven con aceitunas moradas, amargas a arrugadas, guindillas, un cubo de pan y una jarra de agua. Por algo así como dos euros me pongo hasta arriba de comida y solo me detengo unos metros más adelante para terminar con un café tan fausto desayuno.

Sigo por esas autovías turcas que no me terminan de gustar, por su trazado, que no busca la horizontalidad en ningún momento y te obligan a un constante subir y bajar cuestas absurdas. Ni un movimiento de tierra por somero que sea. Nada de excavar o rellenar. La carretera sigue el ondulante paisaje en linea recta y sin concesiones. Y así llego a otra población. Con niños festivos y en plena celebración. Una furgoneta reparte buñuelos aparcada en la puerta de un cuartel. El soldado que monta guardia me hace detener y espero. Se acerca a la furgoneta y me viene con un par de buñuelos para mi. Deliciosos.

Mi última comida en esa misma población y salgo con la rodilla dolorida para acortar en lo posible la distancia que me separa de la frontera, con la intención de no comerme las cuestas que intuyo todas mañana y de una sola tacada.

No rodaré mucho. Ante una cuesta que se me antoja fuerte, ante una construcción que me promete abrigo, ante una perra que se me acerca buscando compañía, ante un rebaño de ovejas que me sirven de distracción y ante una pareja de pastores que me regalan conversación, decido detenerme y pasar allí la noche. Compartiré parte de mi leche con la perra, y unas galletas que descubro en el fondo de la alforja y que no adivino a recordar en que momento fueron a parar allí, ¿Grecia?, seguramente. La perra, agradecida, pasará la noche montando guardia a los pies de mi catre. Agradecida o a la espera del desayuno. Que dado lo escaso de mis provisiones no tendré ni para ella ni para mi.


Suelen usar un elemento natural para separar dos territorios. Sea un rió, unos montes o la cima de una montaña. Para mañana, lo que me espera, son montes. Me encuentro sobre una meseta y confío en que no sean muy elevados. Pero cuestas al fin y al cabo. Cuestas sin apenas poblaciones y mi rodilla con molestias.

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