Jueves
23.04.15 A 35 kilómetros de Bulgaristán. Así rezan los carteles.
Fiesta de los niños y no se que otra fiesta más, me lo explican
pero no termino de entenderla. Lo de los niños, por lo visto, se
celebra en otros muchos países, cosa que desconocía.
Tan
pronto entro en la ciudad descubro en la terraza de un restaurante
una construcción que sin duda fascinaría a cualquier aficionado a la
estética steampunk. Una caseta de madera con amplias cristaleras
empañadas y de la que sobresalen chimeneas de cobre y latón.
Dentro, una cocina de leña donde diversos pucheros bullen y los
platos, todo de cobre, son calentados. De esa cocina me sacan un
plato donde han mezclado, al antojo del cocinero, un poco de cada uno
de los pucheros, creando una sopa espesa o puré caldoso, no se,
delicioso, que me sirven con aceitunas moradas, amargas a arrugadas,
guindillas, un cubo de pan y una jarra de agua. Por algo así como
dos euros me pongo hasta arriba de comida y solo me detengo unos
metros más adelante para terminar con un café tan fausto desayuno.
Sigo
por esas autovías turcas que no me terminan de gustar, por su
trazado, que no busca la horizontalidad en ningún momento y te
obligan a un constante subir y bajar cuestas absurdas. Ni un
movimiento de tierra por somero que sea. Nada de excavar o rellenar.
La carretera sigue el ondulante paisaje en linea recta y sin
concesiones. Y así llego a otra población. Con niños festivos y en
plena celebración. Una furgoneta reparte buñuelos aparcada en la puerta de un cuartel. El soldado que monta guardia me hace detener y
espero. Se acerca a la furgoneta y me viene con un par de buñuelos
para mi. Deliciosos.
Mi
última comida en esa misma población y salgo con la rodilla
dolorida para acortar en lo posible la distancia que me separa de la
frontera, con la intención de no comerme las cuestas que intuyo
todas mañana y de una sola tacada.
No
rodaré mucho. Ante una cuesta que se me antoja fuerte, ante una
construcción que me promete abrigo, ante una perra que se me acerca
buscando compañía, ante un rebaño de ovejas que me sirven de
distracción y ante una pareja de pastores que me regalan
conversación, decido detenerme y pasar allí la noche. Compartiré
parte de mi leche con la perra, y unas galletas que descubro en el
fondo de la alforja y que no adivino a recordar en que momento fueron
a parar allí, ¿Grecia?, seguramente. La perra, agradecida, pasará
la noche montando guardia a los pies de mi catre. Agradecida o a la
espera del desayuno. Que dado lo escaso de mis provisiones no tendré
ni para ella ni para mi.
Suelen
usar un elemento natural para separar dos territorios. Sea un rió,
unos montes o la cima de una montaña. Para mañana, lo que me
espera, son montes. Me encuentro sobre una meseta y confío en que no
sean muy elevados. Pero cuestas al fin y al cabo. Cuestas sin apenas poblaciones y mi rodilla con molestias.
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