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domingo, 5 de abril de 2015

Viernes 03.14.15 En un pequeño pueblo de la costa de Mármara. Desconozco las razones por las que en un sitio te sientes a gusto y en otros no. Aquí en Turquia, me siento bien. No he visto gran cosa, no en plan turístico, me refiero. Pero me encanta la animación de sus calles, el ambiente en sus cafés, esos que parecen salas de estar de una casa cualquiera de pueblo. El tiempo no está acompañando, hoy lloverá, como no puede ser menos, y con eso sumo ya 13 días en los que de mañana, tarde y no pocas noches, o todo a la vez, me cae agua del cielo, para mi desesperación.

Esto, aquí, añade el problema adicional del barro, fango, lodo. Muchas calles sin asfaltar y son lodazales, pero los coches se encargan de que el fango llegue a los demás puntos. Mi cara incluida. El barro “mineral”, tierra y agua, en si mismo solo es molesto, no me repugna, pero por el arcén voy aplastando caracoles, babosas, lombrices y no dejo de ver a batracios aplastados, todo lo cual termina formando parte de ese fango que salpica mi cara. Y ahora si que me asquea con solo pensarlo.

Algo pronto para mi gusto veo un lugar que me puede hacer de abrigo y cuando gordos goterones se estampan contra mi persona, retrocedo el kilómetro escaso que me separa y allí me resguardo. Sopla el viento, y es frío.


Por lo demás el día no tiene nada en especial. Solo mi dificultad para encontrar hoy un lugar con wifi y no poder hablar con Marga, que pasaría el día en casa por ser festivo allí. Aquí un Viernes Santo no deja de ser un viernes cualquiera, lo habrán notado en algún punto, como Estambul, con afluencia turista foránea.

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