Viernes
03.14.15 En un pequeño pueblo de la costa de Mármara. Desconozco
las razones por las que en un sitio te sientes a gusto y en otros no.
Aquí en Turquia, me siento bien. No he visto gran cosa, no en plan turístico, me refiero. Pero me encanta la animación de sus calles,
el ambiente en sus cafés, esos que parecen salas de estar de una
casa cualquiera de pueblo. El tiempo no está acompañando, hoy
lloverá, como no puede ser menos, y con eso sumo ya 13 días en los
que de mañana, tarde y no pocas noches, o todo a la vez, me cae agua
del cielo, para mi desesperación.
Esto,
aquí, añade el problema adicional del barro, fango, lodo. Muchas
calles sin asfaltar y son lodazales, pero los coches se encargan de
que el fango llegue a los demás puntos. Mi cara incluida. El barro
“mineral”, tierra y agua, en si mismo solo es molesto, no me
repugna, pero por el arcén voy aplastando caracoles, babosas,
lombrices y no dejo de ver a batracios aplastados, todo lo cual
termina formando parte de ese fango que salpica mi cara. Y ahora si
que me asquea con solo pensarlo.
Algo
pronto para mi gusto veo un lugar que me puede hacer de abrigo y
cuando gordos goterones se estampan contra mi persona, retrocedo el
kilómetro escaso que me separa y allí me resguardo. Sopla el
viento, y es frío.
Por
lo demás el día no tiene nada en especial. Solo mi dificultad para
encontrar hoy un lugar con wifi y no poder hablar con Marga, que
pasaría el día en casa por ser festivo allí. Aquí un Viernes Santo
no deja de ser un viernes cualquiera, lo habrán notado en algún
punto, como Estambul, con afluencia turista foránea.
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