Sábado,
domingo, lunes y martes. 04, 05, 06 y 07.04.15 Avcilar y Estambul.
La autovía tranquila por la que he circulado estos días se convierte
a 20 kilómetros de Avcilar en un autentico infierno. Pasa de dos a
tres carriles. Más dos adicionales en cada lado para la
incorporación, lo que suponen 10 carriles de apretado y enloquecido
tránsito. A 5 kilómetros de Avcilar decido caminar al ver peligrar
mi integridad. Camiones que me pasan a escasos centímetros con un
bocinazo como única precaución.
Desperté
con frío. En algún momento de la noche el cielo se despejó y heló.
La mañana es clara y luminosa y el frío no se irá en todo el día.
Estas
poblaciones por las que paso son y no son Estambul. Tienen nombres
propios y vida propia, pero se suceden sin solución de continuidad
formando parte de ciudades dormitorio o más bien como barrios más o
menos apartados de esta gran ciudad.
No
se si mencione lo de las cuestas. Desde que puse los pies en Turquía no he disfrutado de un llano. Y es que la autovía, lejos de ir
buscando valles y sortear colinas, las sube y baja todas. No las
bordea, ni una, sube hasta la cima y se deja caer para comenzar de
nuevo el ascenso hasta la siguiente. Así kilómetro tras kilómetro.
Y las poblaciones las atraviesa a ras de suelo, partiendolas en dos.
Ni túneles ni pasos elevados. A saco.
La
ausencia de mediana en gran parte de su recorrido hace que los
vehículos o personas la crucen por donde se les antoje. He visto
coches, cuando el tránsito no era tan denso, en dirección contraria
por el arcén o aparcar el tractor en la autovía y listo.
Me
esperaba una Turquía menos occidental, lo reconozco y veo los lugares
por los que paso mucho menos orientales que por ejemplo Albania. No
muchas mujeres al modo tradicional menos en Estambul donde las veo
más, si bien muchas no son turcas, si no de otros muchos lugares de
Oriente medio. Sus costumbres difieren mucho igualmente de las
escasas que se veían, Tirana aparte, por toda Albania. El uso del
alfabeto latino, lo reconozco, me ayuda mucho a moverme y entender lo
que pone, esto último relativamente.
La
primera tarde, en Avcilar, la pasaré recorriendo un parque que hay
junto al mar. Viendo a la gente montar unas diminutas barbacoas sobre
el césped para cocinar sus alimentos y hacer su picnic en familia o
entre amigos.
Al
pasar frente a un club deportivo de “lucha en aceite”, coincido
en la puerta con un antiguo héroe, me invita a pasar y, mientras
comparto un té con el, los ojos se me salen viendo su colección de fotografías, de pasadas competiciones, luchadores y carteles de
decenas de años que coleccionan y decoran sus paredes. Están viendo
el europeo de voleibol femenino y me comentan de sus equipos. Las
horas pasan y no encuentro donde hacer noche. En las ciudades eso
siempre me resulta más complicado. Finalmente los taxistas salen en
mi ayuda y compartiré noche en una parada, bajo el techo de su
oficina. Otro té, me invitan.
El
domingo localizo al anfitrión que me buscó Marga y respiro sabiendo
que el parking de mi bici ya esta resuelto. Así mismo me invitan a
pernoctar las noches que restan hasta que tome el avión a Roma.
Barkey es el contacto, si bien comparte casa con un amigo, Cem y con
su primo, no recuerdo el nombre, un joven policía de Estambul.
El
lunes ya sin bici, y acompañado de Cem, cubrire los kilómetros que
me separan de Estambul para visitar la ciudad. Y entre visitas,
excursiones, comidas y reposo dejo pasar los días de espera, con la
tranquilidad de no estar pendiente de la bicicleta ni de tener que
buscar donde dormir. Días de lluvia y frío. El martes no subirá el
termómetro de los 6 grados. En la casa no dejan de entrar y salir
amigos de ellos, algunos de los cuales, siempre distintos, cenan con
ellos o pasan la noche allí.
A
mi regreso de Roma deberé de hacer en dirección contraria algún
kilómetro y confío que, ya metidos en la primavera, el tiempo transcurra a mi favor haciendo el clima menos ingrato.
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