Martes
28.04.15 Varna. Anoche, tras algún ajuste, logre que el doble techo
no rozara siquiera el cuerpo de la tienda. Satisfecho del resultado
dormí a pierna suelta. Si bien esta noche ha sido muy seca y ni
dentro, por la condensación, ni fuera por la humedad del ambiente,
la tienda presentaba esta mañana resto alguno de humedad. Esto
cambio al poco tiempo, cuando nada más ponerme a rodar, las zonas
bajas de los bosques circundantes quedaron bajo un manto de niebla
fresca.
Las
nubes amenazaron lluvia, que no pasó de ser alguna gota dispersa sin
importancia. Tarde mucho más de lo acostumbrado en cubrir la
distancia que me separaba de Varna, con múltiples paradas y subiendo
un par de cuestas de mucho desnivel a pie evitando castigar mi
rodilla.
Nada
más llegar a la ciudad no tardo en dar con el hostel. Tarde, salgo a
comer algo. Por primera vez en no se cuanto tiempo me supone un
esfuerzo terminar con el inmenso plato de comida que me sirven,
ayudado por una cerveza y agradecido que el pan sea sin levadura y
con menor volumen. El precio, como viene siendo costumbre, es de
risa.
Armado
con un plano de la ciudad y dejando la bici a resguardo en el hostel,
aliviado por no tener que preocuparme por su seguridad y por castigar
mi rodilla caminando en vez de pedaleando, lo que me resulta menos
doloroso, cubro los 4 kilómetros que me separan de Decathlon, más
los 4 de vuelta, claro, para encontrarme, que el producto que busco
para reparar las costuras, esta agotado. Me dicen que viene de
camino, que lo tienen en 6 días. Aunque fuera cierto, no puedo ni
quiero pasar 6 días de espera. Dispongo de una nueva oportunidad en
Bucarest, otra en Belgrado y no se si alguna más antes de que
necesite la tienda en perfectas condiciones para actuar como esmerado
anfitrión de Marga, que rodará conmigo desde Budapest.
He
visitado al menos una buena parte de la ciudad. Primero para ir a
comer donde me recomendaron y más tarde hacia la tienda. Mañana,
con más calma y más descansado iré callejeando por una ciudad que
me resulta cómoda y grata.
Por
la noche me siento incapaz de tomar alimento pesado, tras el banquete
del medio día. En el mercado de fruta que hay frente al hostel y
ante la catedral, compro casi un kilo de fresones y esa será mi
cena. Deliciosos. Paso el resto de las horas antes de dormir
conversando con algunos otros huéspedes. Son los hosteles sitios de
reunión de viajeros que intercambian información de muchos tipos y
experiencias interesantes. Aquí he conocido a Slava, un dibujante ucraniano que tras visitar en Odessa a sus padres, viaja ahora en
dirección a Estambul para hacer allí el verano vendiendo a los
turistas sus retratos. Habla español aprendido en sus 8 años de
residencia en Argentina. Otro compañero es brasileño y está
recorriendo los Balcanes, va hacia la costa adriática y subirá por
ella hasta Venecia, desde allí a Roma y regreso a Brasil. Está
Ivan, un fines que me regala una camiseta de ciclismo y se une al grupo
de los que hablamos español auxiliado por las oportunas traducciones
de Slava. El resto son búlgaros menos un muchacho del Baltico poco
comunicativo y ensimismado entre la música de su móvil y los vídeos de su tablet. Hay un par de perros canijos, uno de ellos realmente es
diminuto, que van de un lado a otro, se suben en los clientes y
mendigan un bocado o un poco de atención. Les daré de lo segundo.
Tras
un rato de breve charla con Marga, me retiro a dormir extenuado de
tan largo día.
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