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miércoles, 29 de abril de 2015

Martes 28.04.15 Varna. Anoche, tras algún ajuste, logre que el doble techo no rozara siquiera el cuerpo de la tienda. Satisfecho del resultado dormí a pierna suelta. Si bien esta noche ha sido muy seca y ni dentro, por la condensación, ni fuera por la humedad del ambiente, la tienda presentaba esta mañana resto alguno de humedad. Esto cambio al poco tiempo, cuando nada más ponerme a rodar, las zonas bajas de los bosques circundantes quedaron bajo un manto de niebla fresca.

Las nubes amenazaron lluvia, que no pasó de ser alguna gota dispersa sin importancia. Tarde mucho más de lo acostumbrado en cubrir la distancia que me separaba de Varna, con múltiples paradas y subiendo un par de cuestas de mucho desnivel a pie evitando castigar mi rodilla.

Nada más llegar a la ciudad no tardo en dar con el hostel. Tarde, salgo a comer algo. Por primera vez en no se cuanto tiempo me supone un esfuerzo terminar con el inmenso plato de comida que me sirven, ayudado por una cerveza y agradecido que el pan sea sin levadura y con menor volumen. El precio, como viene siendo costumbre, es de risa.

Armado con un plano de la ciudad y dejando la bici a resguardo en el hostel, aliviado por no tener que preocuparme por su seguridad y por castigar mi rodilla caminando en vez de pedaleando, lo que me resulta menos doloroso, cubro los 4 kilómetros que me separan de Decathlon, más los 4 de vuelta, claro, para encontrarme, que el producto que busco para reparar las costuras, esta agotado. Me dicen que viene de camino, que lo tienen en 6 días. Aunque fuera cierto, no puedo ni quiero pasar 6 días de espera. Dispongo de una nueva oportunidad en Bucarest, otra en Belgrado y no se si alguna más antes de que necesite la tienda en perfectas condiciones para actuar como esmerado anfitrión de Marga, que rodará conmigo desde Budapest.

He visitado al menos una buena parte de la ciudad. Primero para ir a comer donde me recomendaron y más tarde hacia la tienda. Mañana, con más calma y más descansado iré callejeando por una ciudad que me resulta cómoda y grata.

Por la noche me siento incapaz de tomar alimento pesado, tras el banquete del medio día. En el mercado de fruta que hay frente al hostel y ante la catedral, compro casi un kilo de fresones y esa será mi cena. Deliciosos. Paso el resto de las horas antes de dormir conversando con algunos otros huéspedes. Son los hosteles sitios de reunión de viajeros que intercambian información de muchos tipos y experiencias interesantes. Aquí he conocido a Slava, un dibujante ucraniano que tras visitar en Odessa a sus padres, viaja ahora en dirección a Estambul para hacer allí el verano vendiendo a los turistas sus retratos. Habla español aprendido en sus 8 años de residencia en Argentina. Otro compañero es brasileño y está recorriendo los Balcanes, va hacia la costa adriática y subirá por ella hasta Venecia, desde allí a Roma y regreso a Brasil. Está Ivan, un fines que me regala una camiseta de ciclismo y se une al grupo de los que hablamos español auxiliado por las oportunas traducciones de Slava. El resto son búlgaros menos un muchacho del Baltico poco comunicativo y ensimismado entre la música de su móvil y los vídeos de su tablet. Hay un par de perros canijos, uno de ellos realmente es diminuto, que van de un lado a otro, se suben en los clientes y mendigan un bocado o un poco de atención. Les daré de lo segundo.


Tras un rato de breve charla con Marga, me retiro a dormir extenuado de tan largo día.

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