Lunes
30.03.15 Por la zona de Kesan. En Génova, en el consulado, me
informó un funcionario que desde el primero de enero, de este año,
no seria preciso el pasaporte para entrar en Turquía. Imposible
convencer con estos argumentos y sin saber hablar “extranjero” al policía de la frontera turca que insiste en que necesito un visado.
Me expreso como puedo, a saber, gesticulo mucho, hablo con vehemencia
y me temo que elevo la voz.
Tras
pagar el visado en cuestión, que sangra mis maltrechas finanzas un
poquito mas de lo que están y me conducen al control de aduanas y allí se ensañan conmigo. He de desmontar todo mi equipaje, sacar
todo de cada bolsa, extender sobre la mesa uno a uno mis artículos
de aseo y vaciar el contenido de cada cosa que llevo, para ser
“examinada”. Dos horas. Ni mis calcetines sucios metidos en una
bolsa en espera a ser lavados, que ríete tu del ébola de lo tóxicos que son, detienen al concienzudo agente de aduanas. He de desplegar
la tienda de campaña y dar la vuelta al saco de dormir. Eso si, con
la tranquilidad de quien no lleva nada que inflija las normas.
Tan
pronto llego a Upsala me dirijo a la primera sucursal bancaria para
comprar liras turcas. Lo siguiente, comer, y tras esto compro por el
precio de un paquete de tabaco de 15 g en Grecia, una bolsa que me
pesan con 115 g. Para fumar ya tengo.
“3
kilómetros más tarde visitaré, con gran placer, un supermercado
donde veo precios razonables para mi y esta bien surtido. Lleno de alegría compro cosas y cargo de peso mis alforjas. Con moderación,
por que las cremalleras se rompen. Todas. Siempre. Un roedor gabacho
medio me destrozo una de ellas en Villefranche-sur-Mer y llevo meses
viajando con un mal apaño de la misma que ayer termino de morir. He
logrado otro apaño, peor que el anterior, si bien la puedo usar un
tiempo, ese espacio no lo debo cargar en exceso so pena de acelerar
su deceso.
Y
con estas y otras cosas paso mi primer día por tierras sarracenas.
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