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domingo, 5 de abril de 2015

Domingo 29.03.15 Pasado Alexandroupolis, como a unos 25 kilómetros de la frontera turca.

Con la intención de ir con tiempo adelantado, hoy me he comido una buena cantidad de kilómetros. Los 65 que me separaban Komotini de Alexandroupolis más otros 20 de regalo para irme acercando a la frontera. Parte por si mañana diluvia y parte por otra razón más absurda. Tengo tabaco para hoy y casi para mañana y si me planto en Turquía con tiempo el siguiente lo compraré allí y a mejor precio, espero.

Estos días en Grecia no han sido lo buenos que esperaba. No por que el país me desagrade, ni de lejos, ni por sus gentes, en absoluto. Las razones han sido el clima que he padecido y que poco se presta al turismo ni a la relajación. Otro factor adicional me ha impedido el disfrutar este país como se merece y no es otro que la comida. La he encontrado cara para mi economía, lo mismo para los que se mueven en un estrato ligeramente superior, la encuentran asumible e incluso barata.

Si he disfrutado del café griego, aunque parezca mentira. Pero tomar un café con leche en condiciones es poco menos que imposible y sus expresos son espantosos, encontrar bollería dulce en un café todo un milagro, si no es una marca envasada, cara y mala de cruasán que veo en algunos lugares y ya conocí en Albania.

En Thesaloniki si encontré muchas pastelerías y panaderías con gran variedad de artículos y donde desayune la mayor parte de los días tenias “muffins”. Me resultan espantosos. No el producto en sí, si no el modo en que han tomado una magdalena de las de siempre y le han cambiado el nombre para multiplicar su precio. Tiemblo ante la perspectiva de que algún traductor iluminado use la palabrita de marras y jorobe irremisiblemente una de las meriendas de Proust. Y si no, al tiempo.

Mi última noche griega la paso en una cafetería cerrada de una estación de servicio sin servicio. Su propietario, amablemente, me indica el mejor sitio para dormir, me deja una garrafa de agua para mi aseo matinal y me ofrece un refresco, que tomo con el, su mujer y unos amigos con los que pasa la tarde dominical en su local. Uno de ellos, ya jubilado, fue marinero en España y me habla con cariño del tiempo en que vivió allí.

Los dos perros el dueño se encargaran de darme una noche espantosa, ladrando constantemente a todo y dejándome dormir, intermitentemente, muy poco tiempo.




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