Domingo
29.03.15 Pasado Alexandroupolis, como a unos 25 kilómetros de la
frontera turca.
Con
la intención de ir con tiempo adelantado, hoy me he comido una buena
cantidad de kilómetros. Los 65 que me separaban Komotini de
Alexandroupolis más otros 20 de regalo para irme acercando a la
frontera. Parte por si mañana diluvia y parte por otra razón más
absurda. Tengo tabaco para hoy y casi para mañana y si me planto en Turquía con tiempo el siguiente lo compraré allí y a mejor precio,
espero.
Estos
días en Grecia no han sido lo buenos que esperaba. No por que el
país me desagrade, ni de lejos, ni por sus gentes, en absoluto. Las
razones han sido el clima que he padecido y que poco se presta al
turismo ni a la relajación. Otro factor adicional me ha impedido el disfrutar este país como se merece y no es otro que la comida. La
he encontrado cara para mi economía, lo mismo para los que se mueven
en un estrato ligeramente superior, la encuentran asumible e incluso
barata.
Si
he disfrutado del café griego, aunque parezca mentira. Pero tomar un
café con leche en condiciones es poco menos que imposible y sus expresos son espantosos, encontrar bollería dulce en un café todo un
milagro, si no es una marca envasada, cara y mala de cruasán que veo
en algunos lugares y ya conocí en Albania.
En
Thesaloniki si encontré muchas pastelerías y panaderías con gran
variedad de artículos y donde desayune la mayor parte de los días
tenias “muffins”. Me resultan espantosos. No el producto en sí,
si no el modo en que han tomado una magdalena de las de siempre y le
han cambiado el nombre para multiplicar su precio. Tiemblo ante la
perspectiva de que algún traductor iluminado use la palabrita de
marras y jorobe irremisiblemente una de las meriendas de Proust. Y si
no, al tiempo.
Mi
última noche griega la paso en una cafetería cerrada de una estación
de servicio sin servicio. Su propietario, amablemente, me indica el
mejor sitio para dormir, me deja una garrafa de agua para mi aseo
matinal y me ofrece un refresco, que tomo con el, su mujer y unos
amigos con los que pasa la tarde dominical en su local. Uno de ellos,
ya jubilado, fue marinero en España y me habla con cariño del
tiempo en que vivió allí.
Los
dos perros el dueño se encargaran de darme una noche espantosa,
ladrando constantemente a todo y dejándome dormir, intermitentemente,
muy poco tiempo.
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