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viernes, 27 de marzo de 2015

Martes, miércoles y jueves 17, 18 y 19.03.15 Thessaloniki. El mal tiempo de este invierno, al menos eso me lo parece a mi, el frío, las montañas de estos días pasados, todo eso por un lado. Por otro que en Albania y Macedonia pude ahorrar dinero, por el poco gasto y aquí no estoy teniendo demasiados. Ambos factores me deciden a ocupar un hostel estos días de espera. No me siento con ánimos de deambular bajo la lluvia o el frío que padece la ciudad estos días, de un lado para otro arrastrando la bicicleta y pasando las horas muertas en las calles sin poder contar con los kilómetros de recorrido, que si bien pueden ser incomodos o penosos en según que circunstancias, al menos me ayudan a entrar en calor y a matar el tiempo.

En la ciudad vieja, Ano Polis, Marga me localiza un hostel y allí me instalo estos días.

Recorro la ciudad, si, pero con un tiempo frío y desapacible. Bajo la lluvia en no pocas ocasiones. Y realmente lo que piden mis huesos son el calor de la caldera siempre encendida, el calor de la conversación con otras personas y el calor de la manta y colcha de mi cama. Por lo que permanezco entre las paredes de este sitio todo el tiempo que puedo, reconciliándome con mi cuerpo que siento castigado por este, repito, largo y duro invierno que parece no quiere terminar.

Me sorprende mucho que un área metropolitana de más de un millón de almas y una población de más de trescientas mil, se me haga tan pequeña cuando la recorro a pie.

La mañana del jueves el tiempo me dará un respiro de algunas horas, que aprovecho para recorrer los mercados de la ciudad y disfrutarlos.

En el hostel el ambiente es mejor que bueno, con los que lo atienden que son amables por demás y con el resto de huéspedes con algunos de los cuales no tardo en entablar relación. La noche del miércoles y al cierre del bar del hostel, continuaremos en el patio del mismo compartiendo unos vinos. Comparto habitación con Julian, de Verona, un muchacho de Alaska y Román, un ruso de Moscu. Una rubia muy californiana va de un lado a otro como un cascabel alegrando las estancias por las que pasa. Y con todo eso las horas se me pasan volando, acostumbrado a largas esperas sin nada en que distraerme esto se me hace el paraíso.

El disponer de conexión me ofrece la oportunidad de conversar con Marga durante horas, que me pasan sin darme cuenta. Mañana la tendré por aquí y tenemos miles de cosas de que hablar.


Y poco más, con el frío y la lluvia tengo pocas ganas de andar por la calle y paso las horas muertas bajo techo.

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