Domingo
y lunes, 15 y 16.03.15 Vía Egnatia. Haciendo tiempo para no llegar a
Thessaloniki demasiado pronto y siendo el camino, ya, por fin, cuesta
abajo o en llano, hago más uso del freno que de los pedales.
Una
lectura que recuerdo de mi adolescencia, fue un librito titulado “La
prensa y la calle” y firmado por Juan Luis Cebrián. Relataba algunos de los momentos, decisiones y discusiones que fraguaron el
nacimiento del diario El País. En uno de sus capítulos describe en
detalle la cuestión de titular al mismo con caracteres en
mayúsculas, minúsculas o ambos a la vez. Decidido el uso de las mayúsculas si poner o no la tilde.
Finalmente
se adoptó la decisión que aún vemos en su cabecera, ante
detractores que no veían con buenos ojos, por eso de la dificultad de
lectura, el uso de mayúsculas, pero además por lo poco frecuente de
ponerles tilde, a pesar de lo claras que puedan ser al respecto las
normas ortográficas. Esto se hizo, con el convencimiento, y acierto,
que un nombre, pasado el tiempo, deja de ser un conjunto articulado
de signos para convertirse en una imagen, en algo que se “ve” en
lugar de leer.
De
este modo, “veo” las indicaciones de la carretera, donde no puedo
leer Edessa o Thessaloniki pero si se distinguir que es eso y no otra
cosa lo que pone ahí y de ese modo las voy siguiendo.
Tiene
Edessa, entre otros atractivos, unas cataratas que desde la población
que cuelga en las alturas, se precipita al valle. Antes de que el
agua salte, recorre en rápidos y sonoros canales sus calles y
parques, o a través de otros más angostos y calmados, sus jardines.
Arboles con troncos de gran diámetro hablan de su edad y de la que
la ciudad cuenta, que son más de tres mil de estos los años que
suma.
El
día es soleado y fresco a esta altura, se irá tornando algo más cálido a cada kilómetro de descenso y esa noche dormiré sin frío y
con las puertas de la tienda abiertas para evitar la condensación de
la humedad que aún retiene la misma y ante lo innecesario de su
protección.
La
tienda montada en un parque público de una pequeña población, con
autorización para hacerlo, la siguiente noche sera en el jardín del
propio ayuntamiento, igualmente con autorización, por supuesto, pero
no monté la tienda. Me indicaron que podía usar el porche de la entrada para dormir bajo techo y así lo hice. Solo monté el doble
techo por intimidad y todo sea dicho, algo de calor retiene. Al estar
a las afueras de la población y esta ser muy pequeña el lugar no es
frecuentado, tras una reunión que unas vecinas celebraron por algo
de comercio de sus hortalizas.
Me
voy comunicando como puedo y no me deja de sorprender que finalmente
logre hacerme entender o los entienda cada día. Junto a las
dependencias municipales hay una pequeña fábrica donde envasan no
se que alimentos, una empleada, creo que la única, me da la
satisfacción de hablarme en italiano y dejar que me exprese en
español. Todo un respiro.
Tengo
Thessaloniki a treinta kilómetros y dispongo de tres días para
llegar allí. Marga me escribió el domingo diciéndome que si bien
ella no llega hasta el viernes, en el hotel tengo habitación reservada desde el jueves. Es un sol.
El
tiempo vuelve a ser nublado pero si en los próximos días luce sol
cerca de una fuente me pondré a hacer colada. Si no es así, siempre
podré ir el jueves a una lavandería y poner mis prendas en unas
condiciones aceptables, por que huelen mal. Están francamente
sucias.
La
vecina que me dio de cenar el sábado, apareció el domingo por la
mañana en la puerta de mi tienda, tan pronto abrí esta, con un vaso
de leche caliente, un trozo de bizcocho y en una bolsa aparte me da
otros dos sandwiches que me ha preparado para el camino. No se como
reaccionar en estas ocasiones y me maldigo por no saber hablar su
idioma y poder expresarle mi agradecimiento. Estos gestos de
generosidad me afectan mucho. Lo acepto con la mejor sonrisa que sin
esfuerzo se dibuja en mi rostro, agradecido no de los alimentos, que
por suerte puedo comprar, si no por el calor, la amabilidad y no se
yo cuantas cosas más pueden encerrar dos rebanadas de pan de molde.
Si
entro en un bar, por la mañana al café o por ir al aseo, me está
sucediendo aquí en Grecia que dos de cada tres veces me invita un
cliente o no me cobra el dueño del bar. Y poco antes de dormir, el
lunes, me aparece un coche con un desconocido, baja el conductor y me
entrega una bolsa, dos cruasán, medio litro de leche y un queso de
oveja (para Marga). Lo que me esta sucediendo aquí no me deja de
asombrar. Pero es que... apenas 10 minutos más tarde, el propio
alcalde se acerca para ver como estoy y me trae en otra bolsa un
cruasán más, un zumo y cosas de la providencia, filtros para los
cigarrillos, que solo me queda uno y se me olvido comprar.
Yo
no comía queso y sigo creyendo que no me gusta, pero ya lo he comido
en la pizza de Napoli, en una especie de empanada que me ofrecieron
en Albania y en los sandwiches del domingo y el lunes. Las
preferencias y los gustos son algo que se dejan de lado ante la
generosidad de una mano que te ofrece alimento. Si encima estas
hambriento, cosa frecuente en mi, lo engulles casi sin paladear y
llenas la tripa sin pensar en lo que comes.
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