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jueves, 19 de marzo de 2015

Domingo y lunes, 15 y 16.03.15 Vía Egnatia. Haciendo tiempo para no llegar a Thessaloniki demasiado pronto y siendo el camino, ya, por fin, cuesta abajo o en llano, hago más uso del freno que de los pedales.

Una lectura que recuerdo de mi adolescencia, fue un librito titulado “La prensa y la calle” y firmado por Juan Luis Cebrián. Relataba algunos de los momentos, decisiones y discusiones que fraguaron el nacimiento del diario El País. En uno de sus capítulos describe en detalle la cuestión de titular al mismo con caracteres en mayúsculas, minúsculas o ambos a la vez. Decidido el uso de las mayúsculas si poner o no la tilde.

Finalmente se adoptó la decisión que aún vemos en su cabecera, ante detractores que no veían con buenos ojos, por eso de la dificultad de lectura, el uso de mayúsculas, pero además por lo poco frecuente de ponerles tilde, a pesar de lo claras que puedan ser al respecto las normas ortográficas. Esto se hizo, con el convencimiento, y acierto, que un nombre, pasado el tiempo, deja de ser un conjunto articulado de signos para convertirse en una imagen, en algo que se “ve” en lugar de leer.

De este modo, “veo” las indicaciones de la carretera, donde no puedo leer Edessa o Thessaloniki pero si se distinguir que es eso y no otra cosa lo que pone ahí y de ese modo las voy siguiendo.

Tiene Edessa, entre otros atractivos, unas cataratas que desde la población que cuelga en las alturas, se precipita al valle. Antes de que el agua salte, recorre en rápidos y sonoros canales sus calles y parques, o a través de otros más angostos y calmados, sus jardines. Arboles con troncos de gran diámetro hablan de su edad y de la que la ciudad cuenta, que son más de tres mil de estos los años que suma.

El día es soleado y fresco a esta altura, se irá tornando algo más cálido a cada kilómetro de descenso y esa noche dormiré sin frío y con las puertas de la tienda abiertas para evitar la condensación de la humedad que aún retiene la misma y ante lo innecesario de su protección.

La tienda montada en un parque público de una pequeña población, con autorización para hacerlo, la siguiente noche sera en el jardín del propio ayuntamiento, igualmente con autorización, por supuesto, pero no monté la tienda. Me indicaron que podía usar el porche de la entrada para dormir bajo techo y así lo hice. Solo monté el doble techo por intimidad y todo sea dicho, algo de calor retiene. Al estar a las afueras de la población y esta ser muy pequeña el lugar no es frecuentado, tras una reunión que unas vecinas celebraron por algo de comercio de sus hortalizas.

Me voy comunicando como puedo y no me deja de sorprender que finalmente logre hacerme entender o los entienda cada día. Junto a las dependencias municipales hay una pequeña fábrica donde envasan no se que alimentos, una empleada, creo que la única, me da la satisfacción de hablarme en italiano y dejar que me exprese en español. Todo un respiro.

Tengo Thessaloniki a treinta kilómetros y dispongo de tres días para llegar allí. Marga me escribió el domingo diciéndome que si bien ella no llega hasta el viernes, en el hotel tengo habitación reservada desde el jueves. Es un sol.

El tiempo vuelve a ser nublado pero si en los próximos días luce sol cerca de una fuente me pondré a hacer colada. Si no es así, siempre podré ir el jueves a una lavandería y poner mis prendas en unas condiciones aceptables, por que huelen mal. Están francamente sucias.

La vecina que me dio de cenar el sábado, apareció el domingo por la mañana en la puerta de mi tienda, tan pronto abrí esta, con un vaso de leche caliente, un trozo de bizcocho y en una bolsa aparte me da otros dos sandwiches que me ha preparado para el camino. No se como reaccionar en estas ocasiones y me maldigo por no saber hablar su idioma y poder expresarle mi agradecimiento. Estos gestos de generosidad me afectan mucho. Lo acepto con la mejor sonrisa que sin esfuerzo se dibuja en mi rostro, agradecido no de los alimentos, que por suerte puedo comprar, si no por el calor, la amabilidad y no se yo cuantas cosas más pueden encerrar dos rebanadas de pan de molde.

Si entro en un bar, por la mañana al café o por ir al aseo, me está sucediendo aquí en Grecia que dos de cada tres veces me invita un cliente o no me cobra el dueño del bar. Y poco antes de dormir, el lunes, me aparece un coche con un desconocido, baja el conductor y me entrega una bolsa, dos cruasán, medio litro de leche y un queso de oveja (para Marga). Lo que me esta sucediendo aquí no me deja de asombrar. Pero es que... apenas 10 minutos más tarde, el propio alcalde se acerca para ver como estoy y me trae en otra bolsa un cruasán más, un zumo y cosas de la providencia, filtros para los cigarrillos, que solo me queda uno y se me olvido comprar.

Yo no comía queso y sigo creyendo que no me gusta, pero ya lo he comido en la pizza de Napoli, en una especie de empanada que me ofrecieron en Albania y en los sandwiches del domingo y el lunes. Las preferencias y los gustos son algo que se dejan de lado ante la generosidad de una mano que te ofrece alimento. Si encima estas hambriento, cosa frecuente en mi, lo engulles casi sin paladear y llenas la tripa sin pensar en lo que comes.

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