Viernes,
sábado y domingo 02,03 y 04.01.15 Retorno a Roma. No voy exactamente
por el mismo camino que hice de Roma a Napoli y cuando este coincide
con el anterior, me detengo en sitios distintos, por lo que no tengo
la sensación de repetir recorrido.
Gaeta,
por ejemplo, la dejé de lado sin ir a visitarla teniéndola a tan
solo 6 kilómetro de por donde pasé y ahora paso en ella la tarde
del sábado. Me resulta curioso visitar una capilla en la Puerta de
Carlos V y leer las inscripciones de la piedra escritas en español.
Traducidas posteriormente al italiano.
La
carretera que desde Gaeta me lleva a Terracina está cortada en el
tramo que pasa por Sperlonga. Se me ocurre consultar a dos guardias
municipales y por poco se lía. Una me dice que pase, pero bajo mi
responsabilidad, como si pudiera haber otro responsable sobre mis
movimientos que no sea yo mismo, la otra policía duda, y un paisano
que pasa por allí y escucha la conversación, ocioso como está,
decide intervenir diciendo que las normas son las mismas para todos y
si la carretera está cortada no debo pasar.
Finalmente
paso. Por supuesto. El problema es que unos dos kilómetros de dicha
carretera están, estaban, pegados a un acantilado y con los
desprendimientos ahora no tienen suelo que la sustenten. La ciencia
que la mantiene aún en el aire la desconozco, pero milagrosamente el
asfalto se mantiene prácticamente solo. Paso, pero obviamente por el
lado alejado del acantilado y con el corazón encogido. Con una
extraña sensación al recorrer esos 15 kilómetros por una zona
cerrada al transito, en silencio y soledad, gozando, eso sí, de las
espectaculares vistas de la costa en esa zona.
Dedico
la tarde a Terracina en unos día que están resultando cálidos,
soleados, con noches no excesivamente frías. La que pasé en la
cabaña de observación de aves fue desastrosa. El aire pasaba por
las juntas de la madera hiriendo como cuchillos, el termómetro bajó
a -6º y se heló toda la rivera del humedal, con lo que tenia el
hielo a palmo y medio de mi trasero sin que las tablas del suelo me
ofrecieran suficiente protección. A las 5 de la mañana no soporté
más y me puse en movimiento para no congelarme.
Al
pasar o detenerme en otras poblaciones distintas, duermo en sitios
nuevos, que por fortuna sigo encontrando bajo techo. El catre me hace
su papel y la cocina la uso casi a diario bien para prepararme algo
de comer, bien para hacer café y calentar leche.
Si
algo he de agradecer al invierno, que todo sea dicho cuento sus días
para que termine, es el poder llevar conmigo alimentos que requieren
frigorífico y que no hay mosquitos. Los días se irán alargando ofreciéndome unas horas más de luz solar, el proceso ya se invirtió.
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