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viernes, 9 de enero de 2015

Viernes, sábado y domingo 02,03 y 04.01.15 Retorno a Roma. No voy exactamente por el mismo camino que hice de Roma a Napoli y cuando este coincide con el anterior, me detengo en sitios distintos, por lo que no tengo la sensación de repetir recorrido.

Gaeta, por ejemplo, la dejé de lado sin ir a visitarla teniéndola a tan solo 6 kilómetro de por donde pasé y ahora paso en ella la tarde del sábado. Me resulta curioso visitar una capilla en la Puerta de Carlos V y leer las inscripciones de la piedra escritas en español. Traducidas posteriormente al italiano.

La carretera que desde Gaeta me lleva a Terracina está cortada en el tramo que pasa por Sperlonga. Se me ocurre consultar a dos guardias municipales y por poco se lía. Una me dice que pase, pero bajo mi responsabilidad, como si pudiera haber otro responsable sobre mis movimientos que no sea yo mismo, la otra policía duda, y un paisano que pasa por allí y escucha la conversación, ocioso como está, decide intervenir diciendo que las normas son las mismas para todos y si la carretera está cortada no debo pasar.

Finalmente paso. Por supuesto. El problema es que unos dos kilómetros de dicha carretera están, estaban, pegados a un acantilado y con los desprendimientos ahora no tienen suelo que la sustenten. La ciencia que la mantiene aún en el aire la desconozco, pero milagrosamente el asfalto se mantiene prácticamente solo. Paso, pero obviamente por el lado alejado del acantilado y con el corazón encogido. Con una extraña sensación al recorrer esos 15 kilómetros por una zona cerrada al transito, en silencio y soledad, gozando, eso sí, de las espectaculares vistas de la costa en esa zona.

Dedico la tarde a Terracina en unos día que están resultando cálidos, soleados, con noches no excesivamente frías. La que pasé en la cabaña de observación de aves fue desastrosa. El aire pasaba por las juntas de la madera hiriendo como cuchillos, el termómetro bajó a -6º y se heló toda la rivera del humedal, con lo que tenia el hielo a palmo y medio de mi trasero sin que las tablas del suelo me ofrecieran suficiente protección. A las 5 de la mañana no soporté más y me puse en movimiento para no congelarme.

Al pasar o detenerme en otras poblaciones distintas, duermo en sitios nuevos, que por fortuna sigo encontrando bajo techo. El catre me hace su papel y la cocina la uso casi a diario bien para prepararme algo de comer, bien para hacer café y calentar leche.


Si algo he de agradecer al invierno, que todo sea dicho cuento sus días para que termine, es el poder llevar conmigo alimentos que requieren frigorífico y que no hay mosquitos. Los días se irán alargando ofreciéndome unas horas más de luz solar, el proceso ya se invirtió.

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