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sábado, 24 de enero de 2015

Viernes 09.01.15 Fiumicino. Vivir o morar.

Renato es un jubilado. En sus tardes, tras la comida, aparca su coche junto al Faro Viejo que dista un par de kilómetros de donde mora. Baja del coche cantando y cantando saca del maletero sus utensilios de pesca, la caña a buen resguardo dentro de su funda. Y poco pescará empleando sus artes del modo en que le veo hacer. Se dirige al bar del pequeño puerto pesquero, por el camino me saluda y me dice si tomamos un café, pues claro.

Con el café en la mano conversamos y se enciende un cigarrillo, van llegando sus camaradas que tras los cafés cargan sus copas y se dirigen a la mesa, allí se reúnen cada tarde, café, copa, cigarrillos, partida de cartas y las cañas de pescar dentro de sus fundas. Antes de partir toman algún pescado que les da el guarda del puerto, poca cosa o ninguna que todos los días no se puede tener suerte en la pesca. Me temo que alguno de ellos no sabe el color de su caña.

Desde el faro ruedo hacia el pueblo y al entrar veo una escena que me deja helado. Una mujer, presa de un ataque de nervios al más puro estilo del sur italiano, llora, grita, suspira y hace amagos de desmayo. Le rodean al menos media docena de personas, una de las cuales, otra mujer, se empeña en que tome agua de la botella que le ofrece. Dos tipos jóvenes y recios llevan a un sujeto, enclenque, esmirriado y descarnado, con ese aspecto que deja en las personas el largo consumo de determinadas sustancias tornándolos en puros huesos. Uno lo sujeta de la muñeca, el otro, más expeditivo, directamente del cabello, y lo conducen a un coche.

En el camino se le saldrá un zapato, el que le sujeta de la cabeza afloja para que se lo pueda poner y este intenta zafarse. Es empujado al suelo e inmediatamente pateado. De nuevo lo sujeta del cabello y, ahora si, lo empuja al asiento posterior del coche, junto al que le tenia cogida la muñeca. Tras ocupar el asiento del conductor el coche sale quemando goma. El resto son conjeturas y especulaciones. Que le hizo a la mujer y que le pasara a el.

Llevo la mañana sin dejar de pensar en el modo en que sustituimos el verbo morar, o habitar si llega al caso, que lo mismo da, por el de vivir. Desplazando al primero de ellos. ¿Donde vives? En este momento no moro en ningún lugar o no vivo y si no vivo ¿que soy? ¿un muerto? Por que vivir, vivo. Aquí, en este momento y lugar.

Otra cosa es cuando se trata de poner un domicilio. Sin tener domicilio no tienes documentación, ni pasaporte, ni DNI, ni tarjeta sanitaria, ni na de na. El teléfono es aún mas sangrante. Te lo exigen para llenar cualquier solicitud. Si no tienes teléfono ya no vives. Mueres.

El pasaporte parece lo más sencillo de obtener si es a través de un consulado. La tarjeta sanitaria comunitaria te la envían directamente a tu domicilio y si no tienes pues no te la envían. Eso estés tu donde estés y la precises. Nada, a tu domicilio y listo, cuando hace no muchos años te la daban en la mano en el mismo momento de su solicitud. EL DNI es imprescindible hacerlo en suelo patrio y para esos casos la embajada, que lo es, deja de serlo y ya no cuenta, ni que allí tengas policía nacional tramitando documentos, que los he visto, eso si, tramitando documentos a quien tenga teléfono y domicilio.

La vivienda, que parte de un derecho constitucional se convierte en una obligación para ir documentado, sea propia, arrendada, ocupada o ficticia. Y aquí en Italia sucede otro tanto, sin domicilio no se te asigna médico y no hay recetas, las curas en urgencias pero sin receta de ningún tipo.

Si no moras, no vives, o al menos se te restan tus derechos que disfrutan los que ademas de vivir, moran.

Al caso me viene una historia del que al ir a preguntar si fray Antonio vivía en un convento, el hermano que le abre la puerta le contesta, “aquí "vivir" vive el señor abad, los demás moramos.”

He morado muchos años, en casa y todo eso, ahora vivo y creo que he salido ganando en el cambio.

Salí tarde de Ostia, pasando parte de la mañana en la ciudad vieja, buscando un café con wifi otra buena parte de la misma. Recorro poca distancia cuando conozco a Renato y nos distraemos otro buen rato. Con todo eso y con los días que tengo por delante para ir hasta la península del monte Argentario y regresar no me interesa apresurarme a sumar kilómetros.

La tarde la paso en el puerto, recorriendo sus dársenas y canales, viendo las embarcaciones de pesca que regresan de faenar y estudiando las maniobras de los veleros deportivos. Dormiré en el club náutico, bajo el toldo de la parte del mismo que da al embarcadero, viendo mecerse sus mástiles y con el sonido que de sus aparejos saca el viento.

Poco antes de retirarme a dormir me cruzo con un exhibicionista. Está en un rincón de uno de los edificios del puerto, en las sombras, junto al paseo marítimo y baja sus pantalones de chándal, no lleva nada bajo ellos, cuando pasa alguna mujer haciendo ejercicio, que a otras no las veo pasar por aquí a estas horas. Incluso le observo hacer idéntica maniobra al paso de alguna conductora en su coche.

Hoy es un día violento en Fiumicino, feo para los que aquí moran y para los que solo vivimos en ella un día.

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