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domingo, 18 de enero de 2015

Jueves 08.01.15 Ostia. No se cuando se me terminará el colirio que uso por lo del glaucoma. Confiaba que en Roma contaría con la ayuda de Nicola, que siempre pasa por el hospital de peregrinos o del hospitalario de turno, para desentrañar los misterios sanitarios italianos y el modo de lograr receta. Ante el obligado aplazamiento me decido de averiguar por mi cuenta como tener la dichosa receta.

Por un lado el medicamento no se vende sin receta, por otro, como pensionista, pago solo una parte del mismo y me aseguraron que con el convenio sanitario comunitario, en Italia sería igual que en España. A saber como.

En el primer pueblo que cruzo, pregunto a unos policías locales, que se comienzan a preguntar entre ellos si un médico local de familia del pueblo me extendería la receta. Antes de que se compliquen las cosas y me las compliquen a mi les informo que me dirijo a Ostia y con rapidez me remiten a un hospital.

Llego a Ostia y al hospital en cuestión, Un vigilante en la barrera me pregunta, le cuento y me manda a información. En información me preguntan, les cuento y me mandan a urgencias. En urgencias me preguntan, tras una larga espera, les cuento y me mandan a hacer puñetas. Que allí no dan recetas. Vuelta a información y uno que pasa por allí se apiada de mi, por lo visto, y me escribe en un trozo de papel un número de teléfono. Entiendo que es un médico de emergencias y que he de llamar pasadas las 8 de la tarde y no antes. Le pregunto por un ambulatorio y me responde que solo atienden a la gente que tienen previamente asignada.

Con el número de teléfono en mi mano y una cara de idiota integral, salgo. De nuevo veo al vigilante de la barrera y quiero pensar que sin mala idea me pregunta si solucioné mi problema. Con educación le pregunto si hay en Ostia una asamblea local de Cruz Roja, si hay Cáritas o algo similar, una confraternitá de misericordia, lo que sea. Confío en que a través de ellos lo mismo rompo el maleficio y logro mi ansiada receta. El vigilante no es de Ostia y no conoce la ciudad. Pues bien.

A escasos 500 metros del hospital veo una iglesia, grande, con un amplio recinto ajardinado, parque con esos pinos romanos que podan insistentemente dotándoles de una gran altura y que en ocasiones sus formas me recuerdan a los bonsai literatos, salvando los tamaños.Tiene dentro unos barracones, el recinto de la iglesia, y de unos de ellos veo salir a gente con bolsas de alimentos y cosas de primera necesidad. Allí ayudan a la gente, yo soy gente y necesito ayuda, de modo que hacia allí me dirijo.

Han terminado el reparto y salen tres o cuatro señoras bromeando y de buen humor, les pregunto por el párroco y al oírme hablar español, comprendo ya bien el italiano pero no me decido a usarlo, me dicen que Roberto, el párroco, es también español, que entre a la iglesia que o está por allí o el secretario me dará razón de el. Secretario, le cuento mi película, y me dice que tranquilo, que Roberto estará por la tarde y que llamará a un médico que me prepare la receta, que pase por la tarde.

Salgo a la calle decidido a recorrer todas las farmacias del Lazio hasta encontrar una en que no me pidan la dichosa receta, horas más tarde me explicará Roberto que aquí en Italia llevan todos esos temas administrativos y burocráticos con mucho celo, no compro un librillo de papel de fumar, 50 cts, o un café 80 cts. sin que me emitan y me entreguen el correspondiente ticket y los edificios de la guardia de finanza son omnipresentes por todos lados.

No será necesario todo el Lazio, a la cuarta farmacia en que entro, la farmacéutica se compadece de mi situación, me sabe extranjero y de paso y conocerá sin duda el calvario que puede ser obtener en mi situación una receta. Aparte de eso lo que busco es un simple colirio para la tensión ocular, no una droga de diseño. Se que con la receta privada que me puede, o no, proporcionar el sacerdote me puedo olvidar de la reducción de precio como pensionista, de modo que ante cualquier eventualidad compro las dichosas gotitas y adiós al problema. Y adiós a mi siempre maltrecha economía. Me lo apunto como una modesta contribución para aliviar las secas arcas de nuestra seguridad social ahorrándoles el costo de la parte que me sufragan.

Tras comer, tarde, hoy de postre mandarinas calabresas a 0.90 €/kg. me presento en la iglesia para decirle al secretario que el tema lo he solucionado por mi cuenta. Aún no hay nadie pero llega un repartidor que me suelta un toner para que se lo entregue a quien sea y se pira. Allí con el toner en la mano recibo a Roberto, de Cuenca, charlamos y le cuento que ando haciendo por estas tierras, más o menos, por que yo mismo no lo se a veces. Me ofrece pasar la noche en el recinto, y lo haré, en el barracón de la asociación de alcohólicos anónimos tendría que ser en un principio. Al fin lo cambia por otro barracón. Hay reunión de los alcohólicos tras las fiestas navideñas que se reúnen sin que el lo supiera, tal vez por alguna posible recaída tras las fiestas.

Ya acomodado en la caseta prefabricada que me asigna y perfumándola con mi descafeinado recién hecho, tocan a puerta y aparece Roberto con un tarro de mermelada casera y un panetone descomunal. Mañana tengo desayuno resuelto. Tras las gracias, conversamos otro rato más hasta que una llamada de teléfono lo apremia y se marcha.


Techo, paredes, colirio, mermelada y panetone.

1 comentario:

  1. Javi... he cambiado de correo(Ninaivanovapetrova8@gmail.com), tenía problemas con el otro y no puedo acceder. La cosa es que no me acuerdo del tuyo.
    Escríbeme en este porfa!!
    Te quiero, espero que estés bien.
    Nina

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