Jueves
08.01.15 Ostia. No se cuando se me terminará el colirio que uso por
lo del glaucoma. Confiaba que en Roma contaría con la ayuda de
Nicola, que siempre pasa por el hospital de peregrinos o del
hospitalario de turno, para desentrañar los misterios sanitarios
italianos y el modo de lograr receta. Ante el obligado aplazamiento
me decido de averiguar por mi cuenta como tener la dichosa receta.
Por
un lado el medicamento no se vende sin receta, por otro, como
pensionista, pago solo una parte del mismo y me aseguraron que con el
convenio sanitario comunitario, en Italia sería igual que en España.
A saber como.
En
el primer pueblo que cruzo, pregunto a unos policías locales, que se
comienzan a preguntar entre ellos si un médico local de familia del
pueblo me extendería la receta. Antes de que se compliquen las cosas
y me las compliquen a mi les informo que me dirijo a Ostia y con
rapidez me remiten a un hospital.
Llego
a Ostia y al hospital en cuestión, Un vigilante en la barrera me
pregunta, le cuento y me manda a información. En información me
preguntan, les cuento y me mandan a urgencias. En urgencias me
preguntan, tras una larga espera, les cuento y me mandan a hacer
puñetas. Que allí no dan recetas. Vuelta a información y uno que
pasa por allí se apiada de mi, por lo visto, y me escribe en un
trozo de papel un número de teléfono. Entiendo que es un médico de
emergencias y que he de llamar pasadas las 8 de la tarde y no antes.
Le pregunto por un ambulatorio y me responde que solo atienden a la
gente que tienen previamente asignada.
Con
el número de teléfono en mi mano y una cara de idiota integral,
salgo. De nuevo veo al vigilante de la barrera y quiero pensar que
sin mala idea me pregunta si solucioné mi problema. Con educación
le pregunto si hay en Ostia una asamblea local de Cruz Roja, si hay
Cáritas o algo similar, una confraternitá de misericordia, lo que
sea. Confío en que a través de ellos lo mismo rompo el maleficio y
logro mi ansiada receta. El vigilante no es de Ostia y no conoce la
ciudad. Pues bien.
A
escasos 500 metros del hospital veo una iglesia, grande, con un amplio recinto ajardinado, parque con esos pinos romanos que podan
insistentemente dotándoles de una gran altura y que en ocasiones sus
formas me recuerdan a los bonsai literatos,
salvando los tamaños.Tiene dentro unos barracones, el recinto de la
iglesia, y de unos de ellos veo salir a gente con bolsas de alimentos
y cosas de primera necesidad. Allí ayudan a la gente, yo soy gente y
necesito ayuda, de modo que hacia allí me dirijo.
Han
terminado el reparto y salen tres o cuatro señoras bromeando y de
buen humor, les pregunto por el párroco y al oírme hablar español,
comprendo ya bien el italiano pero no me decido a usarlo, me dicen
que Roberto, el párroco, es también español, que entre a la
iglesia que o está por allí o el secretario me dará razón de el.
Secretario, le cuento mi película, y me dice que tranquilo, que
Roberto estará por la tarde y que llamará a un médico que me
prepare la receta, que pase por la tarde.
Salgo
a la calle decidido a recorrer todas las farmacias del Lazio hasta
encontrar una en que no me pidan la dichosa receta, horas más tarde
me explicará Roberto que aquí en Italia llevan todos esos temas
administrativos y burocráticos con mucho celo, no compro un librillo
de papel de fumar, 50 cts, o un café 80 cts. sin que me emitan y me
entreguen el correspondiente ticket y los edificios de la guardia de
finanza son omnipresentes por todos lados.
No
será necesario todo el Lazio, a la cuarta farmacia en que entro, la farmacéutica se compadece de mi situación, me sabe extranjero y de
paso y conocerá sin duda el calvario que puede ser obtener en mi
situación una receta. Aparte de eso lo que busco es un simple
colirio para la tensión ocular, no una droga de diseño. Se que con
la receta privada que me puede, o no, proporcionar el sacerdote me
puedo olvidar de la reducción de precio como pensionista, de modo
que ante cualquier eventualidad compro las dichosas gotitas y adiós al problema. Y adiós a mi siempre maltrecha economía. Me lo apunto
como una modesta contribución para aliviar las secas arcas de
nuestra seguridad social ahorrándoles el costo de la parte que me
sufragan.
Tras
comer, tarde, hoy de postre mandarinas calabresas a 0.90 €/kg. me
presento en la iglesia para decirle al secretario que el tema lo he
solucionado por mi cuenta. Aún no hay nadie pero llega un repartidor
que me suelta un toner para que se lo entregue a quien sea y se pira.
Allí con el toner en la mano recibo a Roberto, de Cuenca, charlamos
y le cuento que ando haciendo por estas tierras, más o menos, por
que yo mismo no lo se a veces. Me ofrece pasar la noche en el
recinto, y lo haré, en el barracón de la asociación de alcohólicos
anónimos tendría que ser en un principio. Al fin lo cambia por otro
barracón. Hay reunión de los alcohólicos tras las fiestas
navideñas que se reúnen sin que el lo supiera, tal vez por alguna
posible recaída tras las fiestas.
Ya
acomodado en la caseta prefabricada que me asigna y perfumándola con
mi descafeinado recién hecho, tocan a puerta y aparece Roberto con
un tarro de mermelada casera y un panetone descomunal. Mañana tengo
desayuno resuelto. Tras las gracias, conversamos otro rato más hasta
que una llamada de teléfono lo apremia y se marcha.
Techo,
paredes, colirio, mermelada y panetone.
Javi... he cambiado de correo(Ninaivanovapetrova8@gmail.com), tenía problemas con el otro y no puedo acceder. La cosa es que no me acuerdo del tuyo.
ResponderEliminarEscríbeme en este porfa!!
Te quiero, espero que estés bien.
Nina