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martes, 30 de diciembre de 2014



Saliendo del hospital de Roma. Con mi catre a cuestas







Del jueves 26 al martes 30, Camino a Nápoles. Los primeros días es la lluvia, que aparece ya la tarde del 26, la noche del 27 y la mañana del 28, pero lo peor está por llegar. La decisión de ir por la costa y dejar de lado la Umbria ha sido acertada, las montañas que veo a mi izquierda cuando ruedo están cubiertas de nieve que allí el agua a caído de esa forma. Y a partir del día 29 comienza el viento, mucho y gélido que sopla del este y pasa por esas mismas montañas. Bueno sopla principalmente del este pero en ocasiones no encuentro refugio del mismo, ya que si me pongo a resguardo de este en un muro, parece que cambia de orientación y me da en la cara me ponga donde me ponga. Las noches son un suplicio donde las temperaturas bajan de cero pero es el viento el que aumenta esa sensación térmica haciendo que desde las 4:30 de la tarde no encuentre mejor acomodo que dentro de mi saco y que alrededor de 12 horas más tarde me obligue a ponerme mas prendas para mantener dentro de el cierta calidez.
Y esto entre otras cosas es por lo siguiente. Supuse, erróneamente, que con el catre podría prescindir de la colchoneta aislante. Sucede que el saco, de plumón, mantiene el calor por que se hincha de aire caliente gracias a estas. Pero en la parte de abajo, donde apoyo el cuerpo sobre el catre, estas no pueden almacenar calor al no poder tener volumen y a diferencia de cuando duermo sobre el suelo que el aire no pasa por debajo de mi, en el catre si pasa. Dejé mi aislante en el hospital de Roma, lo pillaré cuando pase por allí ya que no puedo controlar que el refugio que adopte cada noche, disponga de un muro, además de techo, que me proteja por el lado desde el que sopla el viento, y eso se paga. Caro.

Visito las poblaciones de la costa, paso por Anzio don de ser ha conmemorado el 70º aniversario del desembarco, una exposición de fotos lo recuerda entre muchos actos, la exposición si puedo verla. Camino a Gaeta la carretera esta cortada y me obliga al no poder usar la autopista a subir un puerto, noche de frío. Y viento. Espero que ese paso este en uso para cuando regrese si decido usar ese mismo camino evitando los fríos y nieves del interior.

El día 30 comienza bien y mal. Entro en un bar a calentarme sobre las 7 de la mañana y por asearme. Una limpiadora que desayuna se empeña en invitarme a desayunar y conversamos mientras, su compañera es venezolana y como se la entiende en español se niega a aprender italiano, con lo que ella se ve obligada a aprender español, cosa que hace estupendamente. Es en el aseo y al usar la cisterna cuando la cosa se complica. Se cae al suelo y no se hace añicos por ser de plástico, pero se vacía en el suelo con el consiguiente estropicio, esta por un lado, las tuberías por otro y el suelo anegado de agua. La cosa no va a mayores pero mi apuro es monumental.


La entrada a Nápoles por la general me lleva por suburbios feos, ya Mondragone donde pasé la noche me pareció feo hasta decir basta, con cantidades de basura por las calles que el viento de estos días no ayuda precisamente a dejarlas en su sitio. Pero vertederos incontrolados por todos lados. La entrada como decía es deprimente, una recta de la general me lleva por casi 20 kilómetros de edificios destartalados, tiendas de suburbio, las paradas de autobús son africanas, solo se ven subsaharianos en ellas ateridos de frío, abrigados con todo lo posible y pañuelos que sujetan en sus manos para contener sus congestiones nasales descontroladas. Prostitución, a montones. Si te desvías al mar, el deprimente y decadente estado de sus lidos en invierno, los más acusando los estragos de este temporal sobre instalaciones efímeras de veraneo. Al fin y poco antes de llegar a Nápoles alcanzo un par de poblaciones con mejor ver y es en Pozzuoli donde decido hacer noche, si meterse en un saco a las 4:30 de la tarde es noche. Necesito la protección de la tienda y opto por un camping. En el primero tras informarme del precio me remiten a un segundo más económico que dista unos 6 kilómetros del primero y ciertamente es más económico. Los últimos kilómetros los recorro caminando, no por cansancio de la bici, ni por las cuestas que se hacen duras cuando el viento te castiga, nada de eso, simplemente necesito que mis pies congelados entren en calor. Lo de las manos no tiene solución y es en las extremidades donde más acuso el frío. Montar la tienda con las manos agarrotadas se me hace un tormento pero agradezco el calor que logro en el interior de la tienda protegido del viento exterior.

La idea es pasar la Nochevieja en las calles de Nápoles. Ya veremos si el tiempo mejora, aquí todos hablan de el, que no están acostumbrados por estas latitudes a días con valores tan bajos y noches donde el termómetro cae en picado. Por el resto del país es peor.

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