Viernes
19.09.14 Camino portugués IV. ¿Como amanece? Pues lloviendo. Tras un nuevo repaso a mis economías, si uso albergue no tendré para
comer. Estoy cansado de tener que aceptar comida, para fumar tampoco
tengo ya.
Las
alternativas están claras de modo que tan pronto encuentro en
Pontevedra una cubierta que me pueda servir de abrigo durante el día
y la noche me instalo en ella y rodaré cuando deje de llover si
mañana sucede. La ropa de este modo no la mojaré más y la que esta
casi seca la extiendo para que si bien no se seca, ayer no sucedió,
al menos esté aireada en un intento de que no me críen champiñones.
Apesta.
Tomé
un café en la estación de Pontevedra junto al albergue, con Guille,
quedando en vernos en Caldas de Rey, no le he dicho mis planes de no
rodar hoy, para evitar cualquier asomo de generosidad que en esto no
preciso.
Allí
en la estación conocemos a Florian, llega de Canarias para asistir a
la boda de un amigo, viene con chanclas y se encuentra una nueva
versión del diluvio. Va a comprar calzado tan pronto abran las
tiendas y se ofrece a comprarme unas zapatillas cuando ve que ando con
sandalias y sin calcetines, insistiendo. Mi pequeña talla de calzado
me permite aprovechar una oferta de zapatillas escolares y por 24 €
llevo zapatillas secas y los calcetines que Guille me dio.
Guille & Florian |
Si
bien hasta la fecha he podido vivir y sobre todo dormir en la calle,
no ha sido hasta hoy en que lo hago entre otros de similar condición.
Esto es así por que tras continuos días de agua ya no basta con
encontrar un techo, los suelos, las paredes, están empapados de
agua, he pasado por marquesinas cuyos suelos tienen hasta dos dedos
de agua y eso obliga a tejados más generosos, más amplios, de los
que poco abundan y encuentras ya ocupados, sitios apartados de actividades comerciales donde se pueda molestar y a ser posible no
transitados en exceso. El abanico no es tan amplio.
Las
gaviotas disputan la comida a las palomas, con su mayor envergadura las espantan y arrebatan el botín, los restos de la comida de uno de
ellos, Perfecto se llama y fue el que marcho a comprar el vino para
los demás. Manuel solo lleva aquí seis días, esta a pocos
kilómetros de donde viven sus padres, de hecho desde donde estamos
se ve el indicador de la carretera que lo marca, y reúne el valor
para hacerlos.
Por
la tarde siento frío y tengo fiebre de nuevo, los pies a pesar de ir
embutidos en calcetines secos y con las zapatillas nuevas, los noto
helados. Solo espero que oscurezca para meterme en el saco, entrar en
calor y dormir. Soñar.
Perfecto
es el de mayor edad y también el que vive aquí más tiempo, cuando
me ofrece un rincón me dice que el vivió en el tres años. Con los
otros no llego a hablar, uno es huraño y poco dado a conversaciones
y el otro esta muy mal de la cabeza, la perdió, dicen, tras un
episodio en el que falleció su hermana pequeña, antes era joyero.
Perfecto tiene mano con el clero local y les trae bizcochos que le
dan las monjas. Antes paso a saludar a uno que vivió aquí con ellos
un tiempo y ahora es seminarista y les da tabaco cuando les viene a
ver. Otro vecino del barrio también les visita cada tarde y conversa
con ellos, tiene como distracción jugar con las gaviotas, les pone
comida en el suelo para atraerlas y cuando estas se acercan las
espanta con el paraguas. Tras su juego el se marchará y las gaviotas comerán lo que les trajo. Se refieren a el como El Rey de las
Gaviotas.
No
ven que viajo con colchoneta y antes de darme cuenta ya me han
provisto de cartones sellos. Ellos por encima les ponen mantas de la
Cruz Roja y se cubren con colchas, están a la espera de unos sacos de
dormir que Cruz Roja les tiene prometidos, pero el tiempo se les
adelantó con este clima.
Hay
revuelo por que mañana han de dejar esa zona despejada desde las
19:30 hasta que termine un partido, no se de que. Les sucede en
ocasiones y eso les rompe la rutina, desaparecerán por unas horas de
allí, se harán invisibles, más. Es solo que con las lluvias les
obliga a buscar donde poder guardar sus escasos objetos por esas
horas mas refugio para sus huesos.
Manolo
me cuenta su vida, a trozos y a saltos, sin orden, la parte que
quiere o le gusta contar y como la quiere contar. Desde sus años
como piloto en un pesquero allá por Noruega salta a sus tempanas
experiencias con las drogas o cuando le atacó un enjambre de avispas
cuando recortaba un seto en Argentina salta de nuevo para hablarme de
una hija que dejó por el sur de Italia, con la medre de ella. Aún
siendo el que menos tiempo lleva allí, ostenta una autoridad moral
sobre el grupo y recrimina actitudes que les puedan causar perjuicio
y terminar con el difícil equilibrio bajo el que usan ese espacio
público, les impone medidas de higiene y discreción.
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