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lunes, 22 de septiembre de 2014

Viernes 19.09.14 Camino portugués IV. ¿Como amanece? Pues lloviendo. Tras un nuevo repaso a mis economías, si uso albergue no tendré para comer. Estoy cansado de tener que aceptar comida, para fumar tampoco tengo ya.

Las alternativas están claras de modo que tan pronto encuentro en Pontevedra una cubierta que me pueda servir de abrigo durante el día y la noche me instalo en ella y rodaré cuando deje de llover si mañana sucede. La ropa de este modo no la mojaré más y la que esta casi seca la extiendo para que si bien no se seca, ayer no sucedió, al menos esté aireada en un intento de que no me críen champiñones. Apesta.

Tomé un café en la estación de Pontevedra junto al albergue, con Guille, quedando en vernos en Caldas de Rey, no le he dicho mis planes de no rodar hoy, para evitar cualquier asomo de generosidad que en esto no preciso.

Allí en la estación conocemos a Florian, llega de Canarias para asistir a la boda de un amigo, viene con chanclas y se encuentra una nueva versión del diluvio. Va a comprar calzado tan pronto abran las tiendas y se ofrece a comprarme unas zapatillas cuando ve que ando con sandalias y sin calcetines, insistiendo. Mi pequeña talla de calzado me permite aprovechar una oferta de zapatillas escolares y por 24 € llevo zapatillas secas y los calcetines que Guille me dio.

Guille & Florian
El techo que encuentro lo comparto con Manuel y tres vagabundos más que matan las horas, el frío y humedad, el tedio y a saber cuantas cosas más, con cartones de vino, cuyo contenido traspasan a otros de zumo, bajo el tejado que cubre las salidas de emergencia del polideportivo municipal. El vino les quita el hambre y les hace pasar el día dormitando.

Si bien hasta la fecha he podido vivir y sobre todo dormir en la calle, no ha sido hasta hoy en que lo hago entre otros de similar condición. Esto es así por que tras continuos días de agua ya no basta con encontrar un techo, los suelos, las paredes, están empapados de agua, he pasado por marquesinas cuyos suelos tienen hasta dos dedos de agua y eso obliga a tejados más generosos, más amplios, de los que poco abundan y encuentras ya ocupados, sitios apartados de actividades comerciales donde se pueda molestar y a ser posible no transitados en exceso. El abanico no es tan amplio.

Las gaviotas disputan la comida a las palomas, con su mayor envergadura las espantan y arrebatan el botín, los restos de la comida de uno de ellos, Perfecto se llama y fue el que marcho a comprar el vino para los demás. Manuel solo lleva aquí seis días, esta a pocos kilómetros de donde viven sus padres, de hecho desde donde estamos se ve el indicador de la carretera que lo marca, y reúne el valor para hacerlos.

Por la tarde siento frío y tengo fiebre de nuevo, los pies a pesar de ir embutidos en calcetines secos y con las zapatillas nuevas, los noto helados. Solo espero que oscurezca para meterme en el saco, entrar en calor y dormir. Soñar.

Perfecto es el de mayor edad y también el que vive aquí más tiempo, cuando me ofrece un rincón me dice que el vivió en el tres años. Con los otros no llego a hablar, uno es huraño y poco dado a conversaciones y el otro esta muy mal de la cabeza, la perdió, dicen, tras un episodio en el que falleció su hermana pequeña, antes era joyero. Perfecto tiene mano con el clero local y les trae bizcochos que le dan las monjas. Antes paso a saludar a uno que vivió aquí con ellos un tiempo y ahora es seminarista y les da tabaco cuando les viene a ver. Otro vecino del barrio también les visita cada tarde y conversa con ellos, tiene como distracción jugar con las gaviotas, les pone comida en el suelo para atraerlas y cuando estas se acercan las espanta con el paraguas. Tras su juego el se marchará y las gaviotas comerán lo que les trajo. Se refieren a el como El Rey de las Gaviotas.

No ven que viajo con colchoneta y antes de darme cuenta ya me han provisto de cartones sellos. Ellos por encima les ponen mantas de la Cruz Roja y se cubren con colchas, están a la espera de unos sacos de dormir que Cruz Roja les tiene prometidos, pero el tiempo se les adelantó con este clima.

Hay revuelo por que mañana han de dejar esa zona despejada desde las 19:30 hasta que termine un partido, no se de que. Les sucede en ocasiones y eso les rompe la rutina, desaparecerán por unas horas de allí, se harán invisibles, más. Es solo que con las lluvias les obliga a buscar donde poder guardar sus escasos objetos por esas horas mas refugio para sus huesos.

Manolo me cuenta su vida, a trozos y a saltos, sin orden, la parte que quiere o le gusta contar y como la quiere contar. Desde sus años como piloto en un pesquero allá por Noruega salta a sus tempanas experiencias con las drogas o cuando le atacó un enjambre de avispas cuando recortaba un seto en Argentina salta de nuevo para hablarme de una hija que dejó por el sur de Italia, con la medre de ella. Aún siendo el que menos tiempo lleva allí, ostenta una autoridad moral sobre el grupo y recrimina actitudes que les puedan causar perjuicio y terminar con el difícil equilibrio bajo el que usan ese espacio público, les impone medidas de higiene y discreción.


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