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viernes, 26 de septiembre de 2014

Lunes 22.09.14 Camino a Fisterre I. Cae una llovizna, cae fuera. Estoy seco, caliente con mi “casaco” portugués puesto y bajo techo, en el refugio que no es albergue de peregrinos que Vilaserío pone a disposición de los peregrinos. Son una antiguas escuelas que no se usan y que mantienen con colchonetas repartidas por las aulas, algunas mantas y unos aseos impecablemente limpios, la puerta abierta de par en par y nadie que lo controle salvo el buen criterio de uso de los peregrinos.

Anoche dormí con música a lo lejos y hoy me he enterado que en Negreira son fiestas, todo cerrado. Ayer ya al ser domingo no pude comprar provisiones allí y hoy con las fiestas más de lo mismo. Me entero al preguntar en un kiosco frente al centro de salud por la hora en que este abría sus puertas, extrañado al verlo cerrado a las 9:00. Cuando se acerca el día de cobro voy a por recetas y tan pronto tengo el dinero en mi poder lo primero que hago es comprar mis gotas para los ojos. Aún estando cerrado me dicen en el kiosco que por abajo atienden, urgencias, pero que pase por allí a ver que pasa, que el no ya lo tengo. Así hago y amablemente me dan de alta en la salud pública gallega para a continuación una doctora me atienda y sin ponerme objeción alguna me extienda las recetas, aún así me disculpo por no ser mi caso de urgencia, pero esta ociosa y es amable.

Emprendo camino y observo con que esfuerzo he de hacer las pendientes, extrañado. No tardo en darme cuenta que el sillín anda algo más bajo, que las piernas no trabajan en toda su extensión lo que hace que se me congestionen. Supongo que es la suma del día a día más que ayer al subir la bici al escenario debí de apoyarme sobre el sillín con fuerza y terminar de hundir la tija. Precisa de dos llaves, una para girar y otra inmovilizar la tuerca y ando a la expectativa de un taller, que preciso aparte para poner unas gotas de aceite en la cerradura del candado, que con tantas lluvias y humedad lo necesita. Si Negreira esta en fiestas, el resto de poblaciones que cruzo, que no son tales si no aldeas, carecen de comercio alguno, tan solo un almacén donde venden materiales de construcción y agrícolas que está poco antes del desvió que tomo por indicación de un lugareño para ir hacia Vilaserío.

Esta población es otra aldea, sin tienda, sin posibilidad de comprar nada fuera de un bar que es a su vez albergue privado. Me venden media barra de pan no obstante, y como allí haciendo algo de gasto un inmenso y sabroso bocadillo de pechuga. El hostelero se presta a ayudarme con lo del sillín y se arma de otra llave inglesa, entre los dos lo dejamos en su punto.

Justo al pasar ya por la tarde ante este refugio municipal comienza esa llovizna que me termina de decidir a ocuparlo, solo, tomo posesión del lugar, elijo colchoneta, saco como cada día mis prendas a secar, airear o lo que sea y estreno mi casaco que huele a borrego, curiosamente ese olor me da calidez, el exterior ya huele a vaca, con los prados que rodean la aldea y grupos de robles, castaños, eucaliptos y algún seto aislado. Los maizales se reparten el suelo con los pastos. Al fondo unos molinos producen voltios sin cesar perfilándose sobre un cielo gris y un sol de plata mientras la calzada es color antracita de la lluvia que la mantiene siempre lavada. Silencio.

He rodado poco, cansado de hacerlo con el sillín bajo en las cuestas y con previsión de lluvia no tengo pensamiento de hacerlo más por hoy. Mañana me acercaré a Ponteolveira u Olveirosa, estoy cansado de rodar mojado y no tengo prisa ni necesidad de hacerlo, no estoy de vacaciones con los días contados, ya hice demasiado el estúpido la semana pasada y pague con fiebres mi error.

Al rato de estar en el refugio llega Puri, es gallega y terminó el Camino Francés, ahora completa ruta a Fisterra – Muxia. A continuación David, francés y un hombre húngaro que no logro recordar su nombre y ya no me atrevo a preguntar de nuevo. Compartimos lo que tenemos en las mochilas para cenar y el húngaro nos trae vino que bebo con mucha moderación, mi falta de costumbre hace que el alcohol me de sueño con rapidez y lo prefiero evitar, aunque disfruto de un par de sorbos, es bueno. La hospitalera nos visita ya con el sol bajo, en una puesta espectacular donde el paisaje se transforma de los verdes y grises que nos han acompañado todo el día a ardientes rojos, cálidos amarillos amarillos, místicos morados y románticos violetas, todos en una explosión violenta que nuestro compañero húngaro se apresura a recoger con su cámara.

Al regresar del Camino Francés me sigo armando de consejos y recomendaciones, de lugares que no he de dejar de ver, de albergues por los que mejor no pasar y otros donde se han sentido especialmente bien.


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