Lunes
22.09.14 Camino a Fisterre I. Cae una llovizna, cae fuera. Estoy
seco, caliente con mi “casaco” portugués puesto y bajo techo, en
el refugio que no es albergue de peregrinos que Vilaserío pone a
disposición de los peregrinos. Son una antiguas escuelas que no se
usan y que mantienen con colchonetas repartidas por las aulas,
algunas mantas y unos aseos impecablemente limpios, la puerta abierta
de par en par y nadie que lo controle salvo el buen criterio de uso
de los peregrinos.
Anoche dormí con música a lo lejos y hoy me he enterado que en Negreira son
fiestas, todo cerrado. Ayer ya al ser domingo no pude comprar
provisiones allí y hoy con las fiestas más de lo mismo. Me entero
al preguntar en un kiosco frente al centro de salud por la hora en
que este abría sus puertas, extrañado al verlo cerrado a las 9:00.
Cuando se acerca el día de cobro voy a por recetas y tan pronto
tengo el dinero en mi poder lo primero que hago es comprar mis gotas
para los ojos. Aún estando cerrado me dicen en el kiosco que por
abajo atienden, urgencias, pero que pase por allí a ver que pasa, que
el no ya lo tengo. Así hago y amablemente me dan de alta en la salud
pública gallega para a continuación una doctora me atienda y sin ponerme objeción alguna me extienda las recetas, aún así me disculpo por no ser mi caso de urgencia, pero esta ociosa y es
amable.
Emprendo
camino y observo con que esfuerzo he de hacer las pendientes,
extrañado. No tardo en darme cuenta que el sillín anda algo más
bajo, que las piernas no trabajan en toda su extensión lo que hace
que se me congestionen. Supongo que es la suma del día a día más
que ayer al subir la bici al escenario debí de apoyarme sobre el sillín con fuerza y terminar de hundir la tija. Precisa de dos
llaves, una para girar y otra inmovilizar la tuerca y ando a la expectativa de un taller, que preciso aparte para poner unas gotas de
aceite en la cerradura del candado, que con tantas lluvias y humedad
lo necesita. Si Negreira esta en fiestas, el resto de poblaciones que
cruzo, que no son tales si no aldeas, carecen de comercio alguno, tan
solo un almacén donde venden materiales de construcción y agrícolas
que está poco antes del desvió que tomo por indicación de un
lugareño para ir hacia Vilaserío.
Esta
población es otra aldea, sin tienda, sin posibilidad de comprar nada
fuera de un bar que es a su vez albergue privado. Me venden media
barra de pan no obstante, y como allí haciendo algo de gasto un
inmenso y sabroso bocadillo de pechuga. El hostelero se presta a
ayudarme con lo del sillín y se arma de otra llave inglesa, entre los
dos lo dejamos en su punto.
Justo
al pasar ya por la tarde ante este refugio municipal comienza esa
llovizna que me termina de decidir a ocuparlo, solo, tomo posesión
del lugar, elijo colchoneta, saco como cada día mis prendas a secar,
airear o lo que sea y estreno mi casaco que huele a borrego,
curiosamente ese olor me da calidez, el exterior ya huele a vaca, con
los prados que rodean la aldea y grupos de robles, castaños, eucaliptos y algún seto aislado. Los maizales se reparten el suelo
con los pastos. Al fondo unos molinos producen voltios sin cesar perfilándose sobre un cielo gris y un sol de plata mientras la
calzada es color antracita de la lluvia que la mantiene siempre
lavada. Silencio.
He
rodado poco, cansado de hacerlo con el sillín bajo en las cuestas y
con previsión de lluvia no tengo pensamiento de hacerlo más por
hoy. Mañana me acercaré a Ponteolveira u Olveirosa, estoy cansado
de rodar mojado y no tengo prisa ni necesidad de hacerlo, no estoy de
vacaciones con los días contados, ya hice demasiado el estúpido la
semana pasada y pague con fiebres mi error.
Al
rato de estar en el refugio llega Puri, es gallega y terminó el
Camino Francés, ahora completa ruta a Fisterra – Muxia. A
continuación David, francés y un hombre húngaro que no logro recordar su nombre y ya no me atrevo a preguntar de nuevo.
Compartimos lo que tenemos en las mochilas para cenar y el húngaro nos trae vino que bebo con mucha moderación, mi falta de costumbre
hace que el alcohol me de sueño con rapidez y lo prefiero evitar,
aunque disfruto de un par de sorbos, es bueno. La hospitalera nos
visita ya con el sol bajo, en una puesta espectacular donde el
paisaje se transforma de los verdes y grises que nos han acompañado
todo el día a ardientes rojos, cálidos amarillos amarillos, místicos morados y románticos violetas, todos en una explosión violenta que
nuestro compañero húngaro se apresura a recoger con su cámara.
Al
regresar del Camino Francés me sigo armando de consejos y
recomendaciones, de lugares que no he de dejar de ver, de albergues
por los que mejor no pasar y otros donde se han sentido especialmente
bien.
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