Domingo
21.09.14 Santiago.
Escribo
al sol en un cuaderno de húmedas páginas. Al final de este extraño
verano el cielo luce a estas horas sin la sombra de una nube, que ya
al despertar pude ver con claridad las constelaciones en una fresca y
húmeda mañana.
Disfruto
más si cabe del desayuno que de la cena de ayer, tras una plácida
noche ahora puedo compartir lo poco que llevo, poner sobre la mesa mi
pan y mermelada y ver con placer como otros peregrinos comen de ello.
Tras eso las despedidas, besos, abrazos, manos que se estrechan con
calidez de quienes han compartido camino, mesa y techo...
Mis
ropas, las que ayer lave y tendí siguen mojadas lo que no supone
novedad, las envuelvo en una toalla que un peregrino dejó en el
albergue y Lola me da, dejo la mía para que una vez seque a alguien
le pueda hacer algún bien. No, es Lola quien me envuelve las prendas
en la toalla, yo lo hacia mal, con poca arte. Pep que sabe solo
tengo gel para una ducha más, me obsequia el suyo, le abrazo, le
beso, o salgo de una vez o no sabre contener más emociones, una
última foto en la puerta, de Jose, que viaja desde Murcia y hace
camino desde Oporto acompañado y anoche llegaron los tres casi al
terminar la cena. Una chica alemana inicia sus gestiones para hacerse
hospitalaria y se cambian correos.
Ya
en el camino voy adelantando a los que partieron delante y miro a
cada peregrino en un intento de ver si Guille o Amparo es uno de
ellos, y a esta, Amparo la veo con Moncho, su marido, desmonto para
andar con ellos la parte del camino que coincide con las carretera,
nos contaos, preguntan por Guille y les digo, así hasta que los
caminos se separan de nuevo, adiós, adiós. Buen camino.
Es
una larga cuesta desde Padrón a Santiago, y una vez en la ciudad más
cuesta hasta la catedral, allí los ojos húmedos no se si de sudor o
no, que todo podría ser. Ves como llegan los ríos de peregrinos de
cada uno de los distintos caminos, algunos comienzan en las
antípodas, para confluir en una plaza donde la gente seca sus
prendas y huesos al sol. Compran recuerdos, hacen o se hacen fotos.
Veo
una mezcla de sentimientos; la alegría de un camino que termina, la
tristeza de un camino que termina. Gente que se junto por unos días
y ahora se separan entre promesas, algunos son reincidentes del
camino, otros lo serán.
El
sol castiga con justa venganza a los que reprochamos su ausencia,
Agradezco la penitencia que nos impone. Es en la Oficina del
Peregrino donde veo al final a Guille, me ve el, que me abraza como
un oso que es lo que es, nos tomamos un último café mientras
compartimos nuestros proyectos de inciertos futuros, otra despedida,
más abrazos, más besos.
Recojo
en una oficina de turismo el plan de viaje hasta Fisterre y Muxia que
me imprimen. Se que la bici me obliga a usar las carreteras pero
cabezón que soy y conocedor de los hermosos paisajes que por esa
razón me pierdo, intento ir con ella por la senda de peregrinos.
Nada. Eso con alforjas no es posible o si lo es será a costa de
molestar a otros, de cruzar arroyos por tablones no se como y un
lugareño que regresa de su paseo por ese sendero ya e lo advierte,
que el bien los conoce, y me termina de quitar la idea de la cabeza,
regreso al asfalto.
Todos
los caminos llevan a Santiago menos este, que te aleja de el y no son
pocos los peregrinos que lo toman. Al llegar a Negreira el albergue
está completo, no lo pensaba usar de cualquier modo, por economía,
y un poco antes de llegar, al pasar por Chancela ya he visto un
abrigo para la noche y desando la poca distancia que los separa.
Mientras
comí algo, detenido junto a la carretera, charle brevemente con dos
peregrinos en bici que hicieron el Camino Francés y continúan a
Fisterra, ambos de Vitoria, y me hablan del camino ese y del Camino
del Norte, ayer también Pepe, que lo ha recorrido hace poco me indico cosas de interés.
Esperando
la hora de dormir, en ese abrigo junto a la asociación de vecinos de
Chancela, vuelvo a ver una foto que me gustaría poder hacer. Es una
casa que si fotografiara en color saldría en blanco y negro pues
tiene la casa en donde mire, bien sus muros, paredes deslucidas y lavadas, sus zócalos y ornamentos, sus carpinterías y rejas,
hasta los mismos tiradores de sus puertas y ventanas, toda la gama de
todos, formando aguas o definidos, desde el mas profundo de los
negros hasta algún punto donde milagrosamente conserva un blanco
níveo. Tan solo las tejas que en algún momento tuvieron el color de
la arcilla con que se hicieron, aportan una discreta nota de color
que también estas se contagiaron del resto de la casa y son más
grises que las que la flanquean.
Se
la ve hermosa acariciada por el sol que ya nos deja bajo las oscuras
nubes que comienzan a ocupar el cielo como anticipo de los dos
próximos días en que tal vez regrese la lluvia. Truena en
ocasiones.
El
viento mece los robles que bombardean de bellotas el techo de uralita
bajo el que me cobijo. Los castaños dejan caer sus frutos.
Precioso
domingo de septiembre.
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