Miercoles
16.07.14 Isleta del Moro. Tres noches seguidas durmiendo muy bien,
despierto descansado, seco, sin ser capaz de recordar lo que he
soñado, con lo fácil que esto me ha resultado siempre, pero con un
poso que sin ser recuerdo lúcido si me deja la sensación de que fue grato. Amanece sin viento, después las horas cambiaran eso hasta
terminar siendo un día muy ventoso, como ayer al menos.
Miedo
en la carretera hasta hacerme detener.
Tras
un desayuno sin prisa al saber que los destinos son próximos, me
pongo en marcha por el mismo camino que use ayer para llegar aquí,
me desvió después a la izquierda antes de Las Hortichuelas, atento aparece un nuevo desvió que tomo, pronto se detiene un coche,
es Paco, lo conocí en Ferrán Pérez, conversamos, el de Madrid y en
el pueblo pasando las vacaciones, me dice que hoy emprende el regreso
y fue a la playa con su hija para un último baño, nos deseamos
buen viaje, a los pocos metros otro coche se detiene, esta vez desde
atrás me avisa, me detengo y es Lambi, va hacia El Playazo, “a
ver”, al momento regresa y dice que no le gusta, que allí no puede
montar, yo voy de todas formas también “a ver”. Veo y doy media
vuelta, continuaré al siguiente punto, Rodalquilar, otro barrio,
pedanía o lo que sea de Nijar, pequeño, cuidado y coqueto, de
interior pero con playas muy próximas.
Una
de las ventajas de madrugar, entre muchas otras, es el poder
permitirme el lujo alguna que otra vez de desayunar dos veces. Mi
comida favorita y ademas a precio contenido, por lo que me doy el
segundo gusto del día, en una agradable terraza que ademas tiene
wifi, nada en el correo, esta seco. Ya estoy, sin darme cuenta, en
las horas del día que suelo pasar en una sombra sin moverme mucho,
lo noto mas caluroso que otros días pero no veo sombras públicas y
nada así que me de un mínimo de confort. Me subo a la bici y hacia
Isleta del Moro y ahora si hace viento del bueno en el camino. La
sombra de un viejo edificio pesquero, una especie de porche con
ganchos para secar o trabajar con las redes, abandonado, de decadente
belleza donde paso la tarde, leyendo, escribiendo y embelesado ante
un paisaje de salvaje hermosura marina, con toda la costa hasta donde
alcanzo a ver festoneada de un encaje de espuma marina, ante una
playa abanderada en rojo y despoblada en su totalidad.
¿En
que creo? No recuerdo con exactitud, con tantos saltos que dimos, que
tema propició el que anoche me preguntara Angela si soy una persona
religiosa. Carezco de Fe, no puedo serlo ni por ello mismo tener
creencias de esa índole, ni creo tampoco en las personas, en en las
que he conocido, ni en mi siquiera, hasta donde me conozco. ¿En que
creo entonces? Creo en el pan cuando se tiene hambre, creo en el
descanso cuando la fatiga te invade, en la sombra protectora, creo en
el agua que te limpia y calma la sed, creo en el papel higiénico,
gran invento nunca suficientemente reconocido, creo en el sol que
alumbra nuestros pasos y cada día invita a la actividad y en su modo
en que discretamente se retira para regalarnos el descanso. Y poco
más.
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